Guadalupe Moreno
El Papa Francisco, durante su mensaje, en la Jornada Mundial de los Abuelos y de los adultos mayores, nos dice que Dios nunca abandona a sus hijos. Ni siquiera cuando la edad avanza y las fuerzas flaquean, cuando aparecen las canas y el estatus social decae, cuando la vida se vuelve menos productiva y corre el peligro de parecernos inútil. Él no se fija en las apariencias (cf. 1 S 16,7) y no desdeña elegir a aquellos que, para muchos, resultan irrelevantes. No descarta ninguna piedra, al contrario, las más “viejas” son la base segura sobre las que se pueden apoyar las piedras “nuevas” para construir todas juntas el edificio espiritual (cf. 1 P 2,5).
Dios nos muestra su misericordia en cada etapa de la vida y en cualquier condición en la que nos encontremos, incluso, cuando nos alejamos de Él. Podemos tener la certeza de que, también, estará cerca de nosotros durante la ancianidad, tanto más porque, en la Biblia, envejecer es signo de bendición.
Y, sin embargo, en los salmos, encontramos, además, esta sentida súplica al Señor: «No me rechaces, en el tiempo de mi vejez» (Sal 71,9). Una expresión fuerte, muy cruda, que nos lleva a pensar en el sufrimiento extremo de Jesús, que exclamó en la cruz, «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27,46).
El miedo al abandono surge, particularmente, en la vejez y en el momento del dolor. Con mucha frecuencia, la soledad es la amarga compañera de la vida de muchas personas mayores y abuelos. En muchas residencias de ancianos, reciben pocas visitas, algunos no ven a sus seres queridos desde hace muchos meses.
En muchos países, sobre todo en los más pobres, los ancianos están solos, porque sus hijos se han visto obligados a emigrar. En ciudades y en pueblos devastados por la guerra, muchas personas mayores se quedan solas; en otras partes del mundo, existe una falsa creencia de que los ancianos quitan energías vitales a los jóvenes; hoy en día, está muy extendida la creencia de que los ancianos disminuyen los recursos al desarrollo del país y, por ende, a los jóvenes.
Al finalizar, Francisco nos invita a acercarnos a los ancianos, a que reconozcamos el papel insustituible que tienen en la familia, en la sociedad y en la Iglesia, así también nosotros recibiremos muchos dones, gracias y bendiciones. Mostrémosles ternura, visitemos a los que están desanimados, con un corazón abierto y el rostro alegre de quien tiene la valentía de decir, “¡no te abandonaré!”