La “Cadena de Amor” es un método que la Beata Concepción Cabrera de Armida recibió de nuestro Señor Jesucristo, para vivir la Espiritualidad de la Cruz. Los eslabones de esta cadena nos ayudan a vivir las virtudes de Jesucristo, sacerdote y víctima. Hoy, reflexionaremos sobre la onceava regla: Acepta el dolor.
Para la Espiritualidad de la Cruz, el sufrimiento, el dolor, la adversidad, son el camino hacia la santidad. Así, la cruz es vista como una oportunidad para ofrecerla y, así, crecer en virtud y unirnos más a Dios. “La cruz es la máxima expresión de amor”, decía Conchita.
¿Cómo vivir la Espiritualidad de la Cruz en nuestra vida cotidiana? He aquí varias ideas:
Aceptar el sufrimiento como una oportunidad de crecer y de acercarnos más a Dios.
- Ofrecer los desafíos diarios como sacrificios personales, uniéndolos al sacrificio de Jesús en la cruz.
- Practicar la paciencia y la humildad, especialmente en situaciones difíciles, como forma de imitar a Jesús.
- Buscar siempre el bien de los demás, por encima del propio, incluso cuando nos cause dolor, como una expresión de nuestro amor cristiano.
- Orar y meditar sobre el significado de la cruz y cómo Jesús transformó el sufrimiento en un acto de amor redentor.
El P. Carlos Vera, M.Sp.S., sugiere orar con las siguientes jaculatorias: “Señor, hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo”. “Todo lo puedo en aquel que me conforta”. “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Salmo 31 (30) y el Ofrecimiento al Verbo Encarnado, cada hora.
Otras formas de hacer vida esta regla son: Mortifica tu curiosidad; no preguntes nada si no es necesario. No te quejes. Acepta, de corazón, a las personas que te rodean, no las critiques. Busca una acción concreta que te una a Jesús crucificado. Dedica algún obsequio, los viernes, a algún pobre en recuerdo de la pasión de Jesús. Trata de ver con los ojos de Dios la enfermedad que te aqueja o aquella que sufren tus familiares o amigos. Busca personas necesitadas de compartir su enfermedad, soledad, cansancio y escúchalas, como escucharías a Jesús. “La cruz es la única puerta que conduce al cielo”, nos dice Conchita y añade “El sacrificio amoroso debe acompañar todos y cada uno de los actos de mi vida.” Ahora comprendemos el por qué. Vivir de esta manera implica sacrificio, implica olvido de sí mismo, implica amar y ofrecerlo todo por amor a Dios y a nuestro prójimo. ¿Te sientes capaz de vivir esta onceava regla? Pidamos al Espíritu Santo nos ilumine y nos conceda sus dones para lograrlo.