5 de julio de 2024

Cosas rotas que pueden volver a brillar

María Milo 

Si su país hubiera podido protegerla, seguramente hubiera acudido a votar este 2 de junio. Como escribe Mariel Ibarra, “después de once tlatoanis, sesenta y dos virreyes, dos emperadores y sesenta y cinco presidentes”, la estudiante de arquitectura hubiera podido elegir a la primera presidente de su país. 

La semana pasada, Cristina Rivera Garza ganó el Pulitzer en la categoría de memoria o biografía. Su obra, El Invencible Verano de Liliana, puso a México en alto, ganando uno de los premios periodísticos más prestigiosos, que nació irónicamente de la dolorosa realidad que viven las mujeres en nuestro país. 

La autora mexicana reconstruyó los acontecimientos sociales y políticos que le arrebataron la vida a su hermana. Tras reencontrarse con ella en cartas, fotografías, notas, calendarios y posesiones, que guardaron polvo durante casi treinta años, pudo, por fin, volver a pronunciar su nombre: Liliana. 

Cristina reemplazó con palabras el expediente morado, que nunca fue resuelto por el Estado. Desafió las normas sociales, cuando se dio cuenta de que no contaba con el lenguaje adecuado para nombrar los sucesos al traducir la obra. Y, poco a poco, donde el sustantivo killer se colocaba como sustituto de feminicida, fue cambiándolo por feminicider. 

“La falta de lenguaje nos esposa, nos asfixia, nos estrangula, nos dispara, nos despelleja, nos aísla, nos condena”, escribe. Porque, donde un exnovio mató a su hermana para reclamar su poder sobre ella, alguien lo catalogó como crimen pasional, bajo la etiqueta de que la mujer, primero, tenía que haberse respetado a sí misma. 

Si algo logró la autora, al contar la historia llevando las palabras al corazón de la violencia y nombrando para no olvidar en qué creer y qué cambiar, es demostrar que el género de quien está al mando no es lo que marca la diferencia, sino la perspectiva. Porque existen cosas rotas que pueden llegar a brillar, si se observan bajo los lentes adecuados. 

Hace tres décadas, ni Liliana ni quienes la rodeaban tuvieron las herramientas para identificar a tiempo las señales de peligro. Quizás, si nuestros esfuerzos se dirigieran a asegurar la equidad, se habría erradicado la ceguera social que mata a diez mujeres diarias. 

Años después del feminicidio de Lilliana, se sigue necesitando mucho más que una primera presidente para trascender el cambio que, hasta ahora, es solo simbólico. Pero ojalá sea esta misma la que nos dirija hacia los inicios de una realidad, donde las mujeres dejemos de brillar por nuestra ausencia. Para que seamos noticia, por algo más que aparecer en los espacios donde nunca habíamos estado, o desaparecer porque nos arrebataron la vida. 

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