5 de julio de 2024
photo of man wearing hooded jacket in front of body of water

Yo no soy el Mesías

Jesús, háblanos un poco de tu primo Juan, tu precursor, que siempre dio testimonio de ti. Tú también diste testimonio de él, así encontramos un mensaje de vida nueva, de oración y testimonio, de generosidad y verdad, hasta el final: El tuyo, mi Jesús, hasta morir en la cruz; el de él, al ser decapitado, por mantener firme la verdad de la vida auténtica. 

Nuestro primer encuentro fue de vientre a vientre: el de mi Madre, una joven frágil, con un mundo por delante, y el de su prima Isabel, cansada ya de tanto esperar y engendrar, anhelo de toda mujer en mi pueblo. 

Sí, mi Jesús, tú recién puesto en la jovencita María y Juan ya de seis meses. Todo normal, de no haber sido algo insólito, por lo ancianos que estaban los tíos Isabel y Zacarías. 

Dicen que te presintió y brincó de gozo en el vientre de su madre, que ya no andaba para muchos sobresaltos. Pero este era especial, un sobresalto de santificación. Nacería diferente: la jovencita ayudando en lo que podía, la mayorcita dejándose ayudar, viviendo el día a día, de sorpresa en sorpresa. 

Pasó el tiempo, mi Jesús, y, seguramente, un día te llamó la atención que andaba bautizando e invitando a la conversión, preparando tu venida. Las autoridades de Jerusalén se acercaron a él, para que diera sus credenciales de identidad, a nombre de quién hacía eso, preguntando si no sería él el Mesías esperado. “Confesó y no negó; yo no soy el Mesías, yo solo soy voz del que clama en el desierto, preparen el camino del Señor”. 

En otra ocasión, vio que me acercaba y me señaló como “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” y añadió: “yo no lo conocía, pero el que me envió a predicar me dijo: sobre quien veas que desciende el Espíritu Santo, ese es, y lo he visto y doy testimonio.” 

Sí, toda la fuerza de su palabra estaba en la medida que se dirigía a mí; comprendió con toda humildad que “era necesario que yo creciera y que él fuera desapareciendo”. Es por eso por lo que afirmé con toda rotundidad: “no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, aunque el más pequeño del Reino es superior a él”.  

Mi Jesús, hoy tu santa Iglesia celebra su nacimiento. Los unió el ser miembros de una familia, los consagró el Espíritu Santo, con una misma misión y cada uno la realizó en plenitud de amor. Gracias, mi querido Señor Jesús, porque, de alguna manera, la misión de Juan es también nuestra vocación. Solo en señalarte a ti tiene sentido toda nuestra vida. Amén. 

Deja un comentario