5 de julio de 2024

Todo me ha sido arrebatado

A Ana Ajmátova, le destrozaron su hogar, se adueñaron de su país, le dejaron sin nada. Lo único que no le robaron fue la palabra. Por medio de la pluma, la poeta rusa contó lo sucedido en el régimen de Stalin abrazando el dolor colectivo. En su libro Réquiem, retrató el sufrimiento de las mujeres, al vivir en medio de una represión política y cargar con la pérdida de seres queridos. 

Aunque de diferentes épocas y profesiones, la historia de Narges Mohammadi se parece un poco. Una mujer que, actualmente, se encuentra tras rejas por defender los Derechos Humanos. Un ejemplo de lo que es construir un camino de verdadera rebeldía desde la valentía. A pesar de estar encerrada, abrió miles de puertas y ganó, en 2023, el premio Nobel de la paz. 

Escuché, por primera vez, el nombre de la galardonada, unos días antes de leer el nombre de Shani Louk en las noticias. Una joven, recientemente asesinada en el ataque terrorista en Israel. De repente, las palabras de Mohammadi dejaron de encajar. Sentí un impulso por gritar hasta rasgarme la garganta, quería correr hasta escapar de mi cuerpo, para alcanzar a aquella joven, tomarla de la mano y decirle que no estaba sola, que no moriría siendo olvidada. 

“Cuantos más capturaban, más fuertes nos volvíamos”, escribió Mohammadi en un artículo, publicado en el New York Times, sobre los conflictos en Teherán. Si esto era cierto, ¿por qué había niños muriendo en las calles? ¿Por qué el cuerpo de Shani era arrastrado como un trofeo? ¿Por qué había humanos confundiendo el sonido de la sangre derramada con un canto divino? Quizás, lo que aún no logran entender quienes levantan las armas es lo que alguna vez afirmó Platón: “Los muertos son los únicos que ven el final de la guerra”. 

Al mismo tiempo, en que la lucha de Mohammadi por los Derechos Humanos avanzó, el cuerpo de una mujer fue usado como territorio de conquista. Mientras personas como la galardonada del Nobel son encerradas, otros se toman la libertad de aniquilar en nombre de un Dios. 

Hoy, utilizo este espacio para recordar a tres mujeres que, con un disfraz diferente, presenciaron las llamas de una violencia inhumana. En medio de una guerra, donde creemos tener las manos atadas, las historias nos ayudan a comprender la angustia ajena, tocar la herida, cruzar fronteras con la mirada rota, documentar y humanizar las estadísticas que, con el tiempo, normalizamos. 

Entiendo que estas palabras no cambiarán la situación en el campo de batalla, pero, mientras llega la fuerza de la que habla Mohammadi, escribo. Porque el silencio significa olvidar y todo himno que busca paz empieza componiéndose de susurros. 

“Todo alrededor palpitaba. Nunca supe si era mi enemigo, o mi amigo”. 

Ana Ajmátova. 

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