8 de julio de 2024

¿Qué tan negro es un agujero negro?

Es una teoría aceptada que en el universo existen agujeros negros, espacios de materia extremadamente densa donde la fuerza gravitacional es inmensamente poderosa. Estos objetos atraen materia e incluso energía hacia sí mismos. 

Los agujeros negros son objetos cuya masa está tan condensada que distorsionan drásticamente el espacio-tiempo. Ninguna partícula de materia, ni siquiera la luz, puede escapar a su poderosa fuerza gravitatoria. 

Podemos utilizar una analogía para compararlos con la idea de Dios infinito. No es negro porque carezca de color; es negro porque contiene todos los colores o toda la energía. Así, cuando nos damos cuenta de que nuestra alma está en una adoración elevada, podríamos decir, al igual que Isabel de la Trinidad, que uno se encuentra en un silencio y una oscuridad que va más allá de los nombres, no porque falten palabras para describir a Dios, sino porque las palabras no son suficientes para abarcar la totalidad de la divinidad. Es todo y nada a la vez. Es todo porque lo abarca todo, un todo que es sagrado. Es nada porque ni siquiera toda la creación, que está saturada con lo divino, puede contener completamente a Dios. 

Podríamos decir que la Trinidad es como un agujero negro porque es infinita e indescriptible para el lenguaje humano. Es una fuerza que nos atrae hacia su ser más profundo. Uno podría tener la bendición de ser atraído o absorbido por un agujero negro divino, que nos despoja de nuestro propio ego y nos condensa con el resto de la creación. Dejando sólo lo divino, uno podría estar presente en la creación en éxtasis, pero ese estado rara vez dura para siempre. 

Cuando el alma se encuentra en ese estado, el ser se vuelve insostenible, haciendo que la persona desee regresar al centro del agujero negro. Y, como dicen los místicos, el alma tiene dos opciones: morir de vacío y morir por no morir, vivir en la nostalgia o descubrir el éxtasis en ese momento al encontrar a Dios en todas las cosas. 

En ese momento, el alma no puede dejar de elogiar aquello que lo hizo todo posible. Y no hay mayor gracia que ser conscientes de la participación del alma en esta relación, siendo uno con Cristo. 

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