5 de julio de 2024

Confiar en Dios

Concepción Cabrera le dice a su hijo sacerdote jesuita, que entonces tenía cuarenta y cinco años: 

¡A qué Manuel tan incorregible!  Te levantas una de falsos y se los levantas a tu alma, tan amada de Jesús, que hasta le ha de dar sentimiento. […] ¡Cómo pierdes el tiempo! No pienses en ti sino en Él. Haz un mes tus meditaciones en el [libro] Cómo es Jesús, que te mandé, a ver si te entra la confianza. Queremos juzgar a Dios a nuestra meditación, y no nos gozamos en ser miserables para que brille en nosotros su misericordia infinita1. 

Por las palabras que esta laica, mística y apóstol le dirige a su hijo, podemos deducir que él está pasando por una etapa de desconfianza en Dios. Y bien conocemos los estragos que esta desconfianza produce en la persona: apatía, escrúpulos, sentimientos de abandono, depresión… 

La confianza está íntimamente relacionada con la esperanza; desconfiar de Dios es pecar contra la esperanza. 

Esta madre de familia atribuye la desconfianza de su hijo a dos causas: a la gran cantidad «de falsos», es decir, de ideas equivocadas sobre sí mismo, por sus miserias, limitaciones, defectos, debilidades…, y a una idea equivocada sobre Dios, al que queremos juzgar según nuestra limitada inteligencia humana. 

Para cambiar tales ideas, esta sabia mistagoga le hace ver que Jesucristo lo ama –«tu alma, tan amada de Jesús»– y le recomienda que deje de pensar en sí mismo (que es perder el tiempo), para pensar en Dios, y que haga su meditación sirviéndose del libro Cómo es Jesús, escrito por ella2. 

Su finalidad no es solo que su hijo adquiera nuevas ideas sobre sí mismo y sobre Dios, sino que esas ideas sean el medio que lo lleve a confiar en Dios: «Confíen en el Señor, su Dios, y estarán seguros» (2Cró 20,20). 

No seamos incorregibles; pidámosle al Espíritu Santo que nos corrija, que cambie nuestra mente y nuestro corazón para confiar plenamente en Dios. Solo así podremos gozarnos «en ser miserables para que brille en nosotros su misericordia infinita». 

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