8 de julio de 2024

Pentecostés: la donación del Espíritu Santo es una misión

Amigos lectores, ahora, reflexionemos sobre la consecuencia de la muerte, resurrección y glorificación de Jesús. Toda la vida de Jesús estuvo orientada a esta finalidad: bautizar con el Espíritu Santo, para comunicarnos el Espíritu de Dios y enviarnos como sus testigos a la comunidad. 

Cuando su Bautismo en el Jordán, Juan el Bautista decía: “Yo bautizo con agua, pero Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”, que puede traducirse, “yo los purifico con agua; pero Él los purificará con el fuego del Espíritu”. 

El día de Pentecostés es grandioso, porque, con la donación del Espíritu Santo, nace la Iglesia y nace con una misión específica: llevar a otros al amor del Padre. 

Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente, vino del cielo un ruido, como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en que se encontraban” (Hch.2,1- 3a). Estaban “todos reunidos”, no solo en un mismo sitio, sino unidos espiritualmente, en amistad y en caridad, en comunidad fraterna, sin divisiones. Y el efecto de esa plenitud de Espíritu Santo que recibieron los apóstoles fue que “se pusieron a hablar en otras lenguas, al impulso del Espíritu Santo”.  Antes, hablaban el lenguaje del miedo y la timidez. Habiendo recibido el Espíritu Santo, ahora, su lengua es audaz, atrevida y valiente. 

En cada Pentecostés, El Espíritu Santo nos llena, a cada uno de nosotros, de los carismas que necesitamos para completar su misión; no es para sentir bonito, sino para enviarnos a una misión: trabajar hombro con hombro, construyendo la Iglesia por cada generación y para toda la eternidad. 

Al nuevo encuentro con Cristo glorificado, sigue una profunda transformación. El Espíritu Santo nos da una manera nueva de leer las Escrituras, a la luz de Jesús y de su misterio; lectura que nos permitió descubrir en la Palabra, los Sacramentos de la iniciación cristiana y una Iglesia en torno a María. Si María fue la madre de Jesús y Jesús es el Señor de la Iglesia, la madre de Jesús es convertida en madre de la Iglesia.  

Pidamos, al Espíritu Santo, que cada Pentecostés sea un nuevo nacimiento del anhelo evangelizador, para dar a conocer a Jesús y su misterio, en todo el mundo. Amén.

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