5 de julio de 2024

Poner atención

Un joven le dice a otro: “Yo no veo la necesidad de ir a la Iglesia, al cabo, a todos, nos hizo Dios y nos cuida a todos”.  ¿Qué podría haber contestado el otro joven, suponiendo que fuese un ferviente católico? ¿Qué podríamos haber contestado tú y yo, que tratamos de vivir cerca de Dios, practicando nuestra fe católica?  

En la actualidad, muchas personas parecen estar perdiendo la fe y piensan de manera semejante a la de aquel joven, que ya no quiere ser católico. La verdad, no da igual ser católico que no serlo. Si diera lo mismo, no tendría sentido que Dios mismo se haya hecho hombre, que Él mismo nos haya revelado su designio de salvación para nosotros, ni Jesús habría instituido los sacramentos. Y, tampoco, la Iglesia habría sido convocada por el Padre, fundada por el Hijo, y no sería iluminada y acompañada por el Espíritu Santo. 

Todo lo anterior, Dios lo pensó para nosotros, los seres humanos, desde la eternidad y, gradualmente, lo ha hecho realidad, con un solo propósito de amor: el de llamarnos a que vivamos para siempre con Él. Dios nos quiere reunidos en torno suyo y su deseo es que ninguno de nosotros pierda la oportunidad de poderlo lograr. 

Por eso, los católicos tenemos una sola fe, un solo Bautismo, un solo Dios. Para ser católicos de verdad, aceptamos un solo Credo, vivimos los sacramentos y nos interesa vivir en la fe, la esperanza y la caridad, siguiendo los pasos de Jesús, quien murió por nosotros en la cruz. 

El que Jesús haya muerto en la cruz, para rescatarnos, el hecho de que Él, libremente, haya derramado hasta la última gota de su preciosísima sangre por cada uno de nosotros, ciertamente no puede ser que dé lo mismo. Tanta generosidad, tanto amor, no da igual. 

De cada uno de nosotros depende si acogemos, o no, ese regalo inigualable de amor. 

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