por En México, el Dia de las madres es una fecha muy especial. Las familias se reúnen para comer, los niños preparan festivales en la escuela y se venden flores por doquier.
Cuando la mamá ya no está, es un día muy sensible, hay nostalgia, tristeza, inclusive, hay quien desea que ese día no llegue.
En cualquier caso, es un día propicio para recordar que tenemos, en Dios Padre, un amor incondicional. “Pero ¿acaso una madre olvida o deja de amar a su propio hijo? Pues, aunque ella lo olvide, yo no te olvidaré” (Is. 49,15). Es decir que es más fácil que una madre, que ha esperado con ilusión el nacimiento de su hijo, lo deje de amar o se olvide de él, a que Dios se olvide de nosotros.
La Beata Concepción Cabrera de Armida hablaba, de este excelso amor, así: “Si Dios es tres veces Santo, es mil veces Madre”. El Amor de Dios es perfecto potencializado al mil.
Es hermoso experimentar que Dios tiene entrañas de madre, nuestra existencia es prueba de ello. Su Hijo se encarnó, para mostrarnos el verdadero camino del amor y, además, nos ha donado el amor que hay entre ellos, el Espíritu Santo.
Contamos, también, con María Santísima. Gracias a Ella, jamás seremos huérfanos. Conchita le aconsejaba a una de sus hijas … Sea (María) tu estrella, tu consuelo, tu maestra, tu modelo, tu fortaleza, tu Madre amorosa, que te cobije bajo su manto, que te consuele con sus besos, que te sostenga con su ejemplo, ¡que te despose, por fin, con su Hijo santísimo! En tus tentaciones, ¡mírala!; en tus alegrías, ¡convídala!; en tus martirios, ¡abrázala! Ella es Madre y ese título encierra lo más grande que puede existir, por más que no se comprenda.
El Señor nos conceda experimentar la fidelidad de su amor perenne y, movidos por ese amor, desgastar la vida por los demás.
