8 de julio de 2024

Creo en el Espíritu Santo

Todo lo que sabemos del Espíritu Santo — en verdad, todo lo que sabemos de Dios —proviene de su propia Revelación. Dios se nos ha dado a conocer y se nos ha revelado como Uno y Trino. La Iglesia ha ido comprendiendo esta Revelación de manera cada vez más clara y madura. Con todo, el Espíritu Santo es quizás la Persona más incomprendida de la Santísima Trinidad y esto puede derivar de cómo se nos ha dado a conocer. 

Por ejemplo, Dios Padre y Dios Hijo nos han manifestado su interrelación: uno es Padre y otro es Hijo. Este parentesco es relativamente fácil de concebir para los humanos, que también somos relacionales y nosotros mismos somos padres e hijos. La relación del Espíritu Santo con el Padre y el Hijo, en cambio, es más enigmática. Los teólogos y místicos han desarrollado formas de entender este vínculo, proponiendo, por ejemplo, que el Espíritu Santo es el amor entre el Padre y el Hijo. 

Asimismo, mientras que Dios Padre habló a los patriarcas y profetas de Israel, y Dios Hijo se reveló en su Encarnación, el Espíritu Santo se ha manifestado de maneras más silenciosas. Como propone el teólogo Yves Congar, el Espíritu Santo es como el viento, que no se ve, pero hace que las cosas se muevan. Él se revela en lo que provoca y habla a los hombres a través de otros hombres. Podemos, incluso, olvidar que Él también es una persona de la Trinidad, porque utilizamos conceptos más abstractos para referirnos a Él, como el agua, el fuego, el viento o la misma idea de espíritu.  

Pues bien, el Espíritu Santo no es una energía, una fuerza o solo la acción de Dios. Él es Dios, así como el Padre es Dios y el Hijo es Dios: los tres son un único Dios. Por eso, en el Credo, decimos que el Espíritu Santo es Señor y que, con el Padre y el Hijo, recibe una misma adoración y gloria. En los próximos números, profundizaremos en otros aspectos de nuestra fe en el Espíritu Santo.  

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