5 de julio de 2024

Llena nuestros corazones de Misericordia

La misericordia es divina siempre. Es la forma que toma el amor de la Pascua. Y la Pascua es la plenitud de amor de Dios. Más allá de la Pascua, ya no hay nada. Resucitar para Jesús no es un paso para atrás. Jesús no regresa a la vida, como lo hiciera Lázaro, el hijo de la viuda de Naím: ellos si regresaron a lo de antes.  

Jesús da un paso hacia adelante, un paso definitivo: va a ponerse a la derecha del Padre y, desde ahí, reinará y enviará al Espíritu Santo y nos preparará un lugar. Porque su misericordia divina lo llena todo y para todos. 

La providencia de Jesús quiso revelar e insistir sobre la Divina Misericordia a una santa religiosa que, apoyada por san Juan Pablo II, logró que se extendiera como una celebración en la Iglesia universal. No debemos olvidar esto pues, a pesar de que somos pecadores, es infinito el amor de Jesús resucitado y misericordioso. 

Jesús no resucitó para reclamar, no era necesario, sino para seguir proclamando el amor del Padre, hasta llegar a la plenitud de la resurrección de su Hijo Jesús y, en su resurrección, la de todos. Por eso, es misericordioso. La verdad de Jesús se propone, no se impone; el amor se expone, no se supone; la fuerza de Jesús resucitado se repone, no se opone.  

Y, a una semana de andar con Cristo resucitado, de un lado para otro, el Evangelio nos da la buena noticia de una serie de manifestaciones amorosas y misericordiosas por parte de Jesús. La ternura de Magdalena se complementa con la terquedad e insistencia de Tomás para tener la convicción del gran acontecimiento de la resurrección, que da valor y sentido a toda la creación y declare: ¡Señor mío y Dios mío!  

Hoy, hay que disponernos a vivir de otra manera la realidad central de nuestra fe. Y más como se está viviendo hoy con Jesús resucitado lleno de la divina misericordia. 

¡Qué poco sabe el mundo de misericordia! ¡Qué lejos está el mundo de Jesús! Por eso, es urgente una nueva evangelización dada por todos y recibida de manera nueva por toda la Iglesia, que vive momentos inciertos y difíciles. 

Ninguno queda al margen de la misericordia, como ninguno cae fuera de Cristo resucitado. La solución es aceptarlo con todas sus consecuencias. Otro mundo llenaría todos nuestros espacios.  

Jesús resucitado, rico en misericordia, concédenos que, al aceptar tu vida en plenitud, se llenen nuestros corazones de la misericordia que tanto necesitamos.  

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