Amigos lectores, vivir la Pascua del Señor no solo significa participar del Triduo Pascual, sino continuar el legado de Jesús aquí, en la Tierra, y hacer ejercicio del nuevo mandamiento de Jesús: «Os doy un mandamiento nuevo, que os améis los unos a los otros; que, como yo os he amado, así os améis también entre vosotros». Jn.13,34.
Jesús, que es Dios mismo, quiso hacerse uno de nosotros, para divinizarnos y salvarnos y, teniendo naturaleza divina, se encarna, adquiriendo así una naturaleza humana. Jesús muere en la cruz, pero resucita y regresa al Padre, para ser glorificado en su naturaleza humana, recibiendo así unos títulos que le dan sentido a las formas en las que Él sigue actuando.
Jesús es el Señor: El Padre ha constituido, a Jesús, el Señor, es decir, lo ha nombrado heredero regio y le ha comunicado un poder absoluto y universal. Jesús es el Señor, el dueño de toda la humanidad y eso significa que Jesús está vivo y que sigue interviniendo en los acontecimientos de la historia, de nuestra historia.
Jesús es el Cristo: Jesús es el Mesías, el Ungido, con y por el Espíritu Santo, y puede comunicarlo, Jesús es el dador del Espíritu Santo y el dador de la vida.
Jesús es el Rey de Reyes y el Señor de Señores: A Jesús, se le atribuye la soberanía suprema y el señorío absoluto sobre el nuevo Israel, la Iglesia.
Jesús es el Sumo Sacerdote para siempre y el Único Mediador: Sacerdote es aquel que ejerce el culto, en representación del pueblo, ofreciendo a Dios víctimas para conseguir el perdón de los pecados.
Jesús, ya glorificado, presenta constantemente su sangre al Padre implorando la salvación para todos aquellos que, por Él, se acercan a Dios.
Jesús es el Salvador, con su sangre preciosa y derramada en la Cruz, nos salva, nos regresa la amistad con Dios. Jesús es el conductor a la vida, el guía que lleva a la vida y a la salvación.
Jesús es el Juez Universal y vendrá de nuevo a juzgar al mundo.
Pidamos, al Espíritu Santo, que aceptemos esta salvación, ya obrada por Jesús en favor de cada uno de nosotros, para llegar, un día, a gozar de la vida eterna que nos espera. Amén.