Continuación…
Los tiempos libres que tenía los empleaba, el hermano Alfonso, en visitar al Santísimo, en dar catecismo a los niños y a las sirvientas ([trabajadoras del hogar, decía él); para todos, tenía una sonrisa y un signo de alegría.
A fines de 1958, cambió el Superior Local de Durango y ocupó el cargo el R.P. José Quezada. Se dio cuenta de la delicada salud del Hermano Alfonso y creyó necesario que descansara. Por eso, lo atendía y cuidaba de la mejor manera posible, quitándole trabajo. Sin embargo, la enfermedad seguía adelante y tuvo que hospitalizarlo: «El hermano Alfonso (escribía el P. Quezada al Superior General), ahora sí ya no puede nada: pasó ocho días en el hospital y ha seguido bastante mal del estómago y de una pierna; el pobre hace esfuerzos, pero, para él, ya es algo imposible… Tendremos nada más que estar al pendiente de su salud o, si Su Reverencia cree que estará mejor para esa atención en otra parte, como Vuestra Reverencia lo disponga».
Los superiores creyeron mejor cambiarlo de casa, dada su salud y su empeño en seguir trabajando, aunque le costara. Elogiaban la virtud del hermano, pero también veían la necesidad de que pasara a otra residencia: «En cuanto a lo que me dice V.R. del hermano Alfonso (escribía el P. Quezada al Padre General), que realmente ya está bastante mal, le hablé tratando de saber si quisiera ir a alguna otra parte en donde pudiera sentirse mejor… Se nos ocurrió que podría ser en León, pues allí van doctores, hay dispensario médico y la casa es bastante cómoda, aunque ya me dirá V R., acerca de esto, qué se podría hacer».
Los Superiores Mayores pensaron que, más bien, convendría que el hermano viniera a la Ciudad de México, donde hay óptimos médicos; lo destinaron a la Casa de La Santa Cruz del Pedregal, que estaba en vías de establecerse, y lo confiaron a la exquisita caridad del R.P. Luis Cervantes, M.Sp.S. encargado de dicha Comunidad.
Continuará…