8 de julio de 2024

Queremos aprender de ti

Mañana es la buena, mi querido Señor Jesús, mañana empezamos la Semana Santa por tu doble triunfo: uno sencillo, humilde, proclamado y montado en un borrico; el otro, también, humilde y sencillo, pero con un acento de eternidad, tu resurrección. De una a otra, tu cruz, tu entrega generosa y amorosa al Padre para salvarnos. No se ha visto, ni se verá algo igual, algo tan universal y lleno de plenitud. Solo tú, mi Jesús, lo hiciste y sigues haciendo posible, porque tu amor va depositándose en cada una de tus criaturas. 

¿Cómo has visto, Jesús, nuestro caminar en este tiempo de Cuaresma que hoy termina? Ha sido una gracia inmensa el poder seguir tus pasos, escuchar tu palabra, tratar de corresponder con nuestro amor a tu amor. 

Hay una palabra que no encuentro en el Evangelio: Tú nunca dijiste “a lo mejor”; ni un milagro más, ni una parábola menos, ni una mirada hacia atrás, una vez que pusiste la mano en el arado de tu misión. Te identificaste, siempre, con tu vocación de cada día. Nosotros sí acostumbramos a decir, a lo mejor hubiera hecho este retiro, o este ayuno y esta oración…  y siempre será posible.  

Y llego, mi Jesús, a las puertas de esta Semana Santa de este año, tan problemático como difícil, tan inexplicable como necesariamente aceptable. La diferencia y la posibilidad de que tenga sentido la marcas Tú, solo Tú. Y, precisamente, por lo que vamos a vivir esta Semana Santa.  

Me uno a José y a María, tus santos papás. María lo contempló y presenció al pie de tu cruz, estuvo en el silencio del Evangelio, en tu resurrección, sabiendo que el buen Padre Dios ha hecho en ella grandes cosas.  

El Evangelio nos habla de Caifás que, a pesar de ser sumo sacerdote, sin saberlo, profetizó: “Conviene que uno muera y no que todo el pueblo perezca” (Jn 11, 45-56). Tu realidad fue otra, Tu realización no fue por obedecer sus palabras como destino fatal de tu existencia, sino porque “siendo Hijo, aprendiste a obedecer padeciendo y llegando a tu perfección, te convertiste en la causa de salvación eterna para todos los que te obedecen” (Cfr. Heb 5, 7-9). 

En esta Cuaresma, hemos querido aprender de ti el obedecer y ser, también, motivo de salvación para cuantos creen en ti. La oración nos permite, desde diferentes lugares, unirnos en la fe, la experiencia de tu amor y salvación. 

Y, desde hoy, seguiremos, una vez más, tus pasos de cerca, lo más que podamos y nos permitas hacerlo desde nuestra debilidad, pequeñez, ternura y solidaridad. Algo así como lo hubiera hecho tu mismo papá, José, que recordamos con amor y gratitud. 

Amén, mi querido Señor Jesús. 

Deja un comentario