3 de julio de 2024

“Nos reservamos el derecho de admisión”

El otro día, caminando, me encontré con una iglesia por la que, cada vez que pasaba, la veía cerrada, pero que, ese día, curiosamente, se encontraba con las puertas exteriores abiertas de par en par. Sin embargo, al acercarme, vi que estaba colgado un letrero que decía en letra pequeña: “Nos reservamos el derecho de admisión al templo”. En efecto, cuando intenté entrar por las puertas interiores (de esas que el frente es fijo y las puertas están por los laterales), salió la encargada de ese momento, para decirme que estaban en una celebración privada y que nadie, que no estuviera en la lista, podía entrar.  

Si bien, esta pequeña anécdota podría dar para muchas reflexiones, ¿es correcto que una misa sea “privada”? ¿La iglesia debería tener forma de reservarse, para que nadie más entre?, etc. Lo que captó mi mente, después de reflexionar sobre las palabras de aquella mujer, fue una alegoría a la Iglesia en general, no como templo, sino como comunidad de creyentes.  

En los últimos años, se ha remarcado mucho el carácter universal de la Iglesia, mencionando una y otra vez que es un lugar para todos y que, nadie, si busca a Dios, debería ser excluido. Sin embargo, tampoco es raro que, con actitudes y comentarios, seamos los propios católicos que “estamos dentro” los que terminamos expulsando indirectamente a quienes intentan entrar y que, a pesar de que las puertas del exterior estén abiertas de par en par, las puertas del interior estén cerradas únicamente para quienes consideramos dignos o “dentro de la lista”.  

Cuidemos que nuestros pensamientos, palabras y obras reflejen misericordia y apertura, para que, si bien, no alcahueteemos al mal y a la injusticia, sí permitamos que todos los que verdaderamente queremos podamos encontrarnos con Dios en justicia, verdad y paz, seamos o no “enlistados”, de acuerdo con nuestros propios juicios morales.  

¡Ánimo firme! ¡Qué viva la Cruz (abierta de par en par)! 

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