El Papa Francisco nos explica que los vicios y las virtudes son la lucha espiritual de todo cristiano. Nuestra vida espiritual exige un continuo combate para conservar la fe.
Quien considera que ha conseguido cierto grado de perfección, que no necesita de conversión, ni confesión, vive en la luna, pues no distingue el bien del mal. Debemos pedir a Jesús que nos dé la capacidad y la fuerza de confrontarnos con nuestra debilidad, la valentía de abandonarnos a su misericordia, la sensatez de no bajar la guardia. Todos tenemos tentaciones y tenemos que luchar para no caer en ellas.
La unción de los catecúmenos, sacramento del Bautismo, pone en claro que un cristiano debe luchar, porque la vida es una sucesión de pruebas y tentaciones. En la antigüedad, los luchadores se ungían completamente antes de la competición, tanto para tonificar sus músculos, como para hacer sus cuerpos escurridizos a las garras del adversario.
Muchas personas piensan que «están bien», pero ninguno de nosotros lo está; todos tenemos cosas que arreglar, hacer un examen de conciencia, conocer lo que pasa en nuestro corazón, distinguir el bien del mal…
El Papa expresa que ningún pecado es demasiado grande para la infinita misericordia de Dios Padre. Esta es la lección que nos da Jesús. Lo constatamos durante su bautismo en las aguas del río Jordán. El episodio es desconcertante: ¿por qué Jesús se somete a un rito purificador? ¡Él es Dios, es perfecto! ¿De qué pecado debe arrepentirse Jesús? ¡De ninguno! Incluso el Bautista se escandaliza, hasta el punto de que el texto dice: «Juan quería impedírselo, diciendo: “Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y Tú vienes a mí?” (Mt 3,15).
El Mesías es muy distinto de cómo Juan lo había presentado y la gente se lo imaginaba: no encarna al Dios airado y no convoca para el juicio. Jesús nos acompaña, a todos. Él no es un pecador, pero está entre nosotros, nunca nos deja solos, «Jesús te comprende, comprende tu pecado y lo perdona», expresó Francisco.
En los peores momentos, en los momentos en que resbalamos, Jesús está a nuestro lado, para ayudarnos a levantarnos y protegernos. Jesús quiere tu corazón abierto. Él nunca se olvida de perdonar: somos nosotros los que perdemos la capacidad de pedir perdón.
Al finalizar, el Papa nos invita a rezar esta oración a Jesús: «Señor, no te alejes de mí».