3 de julio de 2024

H. Alfonso Pérez Larios, M.Sp.S. (25)

Continuación…  

SUS TRES ÚLTIMAS RESIDENCIAS 

El hermano Alfonso ya conocía Morelia, a los Padres del Clero Diocesano, a los grupos y asociaciones, etc.; pero había pasado 30 años fuera, por lo que, en realidad, tuvo que amoldarse a las nuevas circunstancias. Encontró allí a un compañero, antes conocido en el Escolasticado. 

El hermano Magdaleno Rangel, quien consideró como una gracia el volver a convivir con el hermano Ponchito, el cual: «pasaba largos ratos frente al Sagrario o ante el Santísimo expuesto solemnemente, pero no descuidaba las obligaciones domésticas. Seguía atendiendo la sacristía, como lo hacía antes: a los perritos que se metían al templo, los cogía en tal forma que, sin hacerles daño alguno, los sacaba a la calle. Para sí, nunca pedía nada, más bien, era necesario estar al pendiente de lo que pudiera hacerle falta para su uso personal; esto yo lo observé, dice el hermano Magdaleno, en el tiempo que me tocó en suerte estar acompañado de él, en Morelia. De abril de 1954 a noviembre de 1955; cuando lo cambiaron a Durango, lo extrañé mucho, ya que era una verdadera delicia vivir con él». 

En 1955, se recrudeció su mal de la espina dorsal y empezó a notarse la desviación de esta, por lo cual, poco a poco, se fue encorvando más y más y, desde 1955, comenzó a usar su bastón. Con el fin de ayudarle en su enfermedad, para que no trabajara tanto, los superiores pensaron en cambiarlo de casa: «El hermano Alfonso, escribe el P. José Quezada, desde Morelia, al P. General, salió para Durango, pero me temo que él ya no pueda más, pues está bastante mal». 

El P. Guillermo Grave, Superior de la Casa de Durango, a su vez, le escribió al P. General, manifestándole el gusto que había recibido la comunidad con la llegada del hermano Alfonso, pues era considerado, por todos, como un verdadero santo: «Llegó el domingo en la mañana y estamos todos muy contentos». 

Alfonso comenzó a ayudar en todo lo que podía en esa nueva residencia, Templo Expiatorio, donde había que cuidar el esplendor del culto del Santísimo, con las 12 velas de la exposición, día y noche, y los floreros que había que cambiar también con frecuencia y, sin embargo, nunca se quejaba. 

Continuará… 

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