5 de julio de 2024

Amar a Dios con su mismo Amor

En 1903, Concepción Cabrera dirige a Dios esta oración: «Si pudiera a tu Ser algo robarte, solo amor te robara, para amarte»1. Antes de estas palabras, ella había escrito: «¿Cómo deberé, ¡pobre de mí!, corresponder a ese Dios, caridad por esencia, y que tan grande la ha tenido para conmigo?»2 Su deseo de amar a Dios es consecuencia de haber experimentado el amor que Dios le tiene. Pero, consciente de su pequeñez, sabe que su limitada capacidad de amar es insuficiente para satisfacer su sed de amar a Dios. Por eso quiere “robarle” a Dios su mismo amor. 

Cuatro años atrás, ella había escrito: «quiero amarte con tu mismo amor […]. Ámate por mí, Dios Santo, y entonces sí que serás dignamente amado, solo ese amor satisface mi deseo de darte lo que Tú mereces; algo infinito que llene mis aspiraciones»3

Amar a Dios con su mismo amor; he aquí la solución que esta laica, mística y apóstol encuentra para realizar su anhelo de amar a Dios, y para cumplir el primero de los mandamientos: «amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas» (Mc 12,30). 

Pero resulta que el amor de Dios es una persona: el Espíritu Santo. Entonces, deberíamos escribir “amor” con mayúscula: amar a Dios con su mismo Amor; amarlo con el Espíritu Santo4. Y también, con el Espíritu Santo, amar a nuestro prójimo, amarlo como Jesús nos ama (cf. Mc 12,31; Jn 15,12). 

Aunque la idea de “robarle” a Dios su amor es sugerente y hasta graciosa, estrictamente hablando no necesitamos robarle nada; basta con que se lo pidamos, pues Jesucristo nos lo prometió: «el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan» (Lc 11,13). 

Pidámosle, pues, al Padre su Espíritu Santo, y con ese Amor amemos a la Trinidad, a nuestro prójimo y a toda la creación. 

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