por El inicio de año nos lleva a reconsiderar el valor de la familia. Para la Iglesia, es el centro mismo de la reflexión, pues es el inicio de la historia de Jesús.
La familia formada por José, María y Jesús nos muestra cómo Jesús, siendo Dios, asume la historia del hombre en su totalidad. Es concebido, gestado, parido, amamantado y cuidado, como cualquier hijo de hombre, dándole un sitio en medio de los hombres, en un espacio y en un tiempo, enseñándolo a vivir según las tradiciones, normas y formas sociales de la comunidad en donde está inserto.
Jesús, pese a tener toda la presencia de Dios, siguió la ruta del hombre en todo, siendo sus padres José y María quienes le enseñaron las formas y modos de vivir, en el medio social donde se encontraba. Como exiliado en Egipto; también aprendió las costumbres y modos de vida de cada pueblo; más, al retornar a su patria, Galilea, debió aprender y manifestar las costumbres, formas y modos propios de un Galileo, situación que lo hizo ser identificado por los sumos sacerdotes y los lideres fariseos, zelotas y saduceos, quienes gobernaban y sojuzgaban a Israel.
Jesús, entonces, es modelado por las enseñanzas y testimonios de sus padres, llevándolo a vivir conforme la cultura y situación del pueblo Galileo. Inserto en este pueblo, nos mostró que la santidad se puede vivir, sin trasgredir las reglas del hombre y dando testimonio de la sujeción a las reglas de Dios, porque la santidad es el testimonio de la presencia sensible y actuante de Dios, en el que se puede confiar y esperar siempre su respuesta de amor.
Así como Jesús manifiesta, en todos los prodigios que hace, en los cuales suscita la fe de los que lo rodean y hace presente la respuesta de Dios a sus ruegos, de la misma manera nos anima, como en su tiempo alentó a sus apóstoles, a hacer lo mismo que Él, diciéndonos: “sean santos, porque su Padre lo es”, con solo manifestar la confianza que tenemos que Dios nos ama y responde a nuestra necesidad, tal como un padre le responde a su hijo dentro de una familia.
