3 de julio de 2024

Los colores del cambio

Todo inicio de una historia conlleva un cambio. Nuestro cerebro busca estar en control de su alrededor y, cuando algo cambia, nos es imposible dejar de preguntar ¿qué significa? ¿Será para bien o para mal? 

Le di la bienvenida al 2023, sentada en una de esas esquinas, desde donde los rayos del sol alcanzan a tatuar la piel. 

Enero fue amarillo, por ser un comienzo marcado de esperanza. En mi caso, terminó para traer a un febrero verde, el día once, soplaba las velas del pastel que me otorgaba la legalidad. Entre felicitaciones y discursos de responsabilidad, no pude evitar sentir vértigo y susurrar a mis adentros: “por favor, no dejes que la vida te distraiga.”  

Un marzo morado se asomó por la puerta, repleto de oportunidades, para cumplir esos propósitos de año nuevo que, en abril, empiezan a tornarse borrosos. Luego, llegó un mayo ámbar, donde, a raíz de sonrisas vacías, aprendí que los amigos son pocos y, si no los cuidas, corres el riesgo de perderlos. 

Junio fue ese volcán de chocolate, que te deja sin palabras. Su tinta naranja protagonizó el lanzamiento de togas y diplomas, así como el descubrimiento e impulso de esas alas, para que lograran tocar el sol. 

Saludando la playa y las vacaciones de un clavado, me adentré en las olas de un julio azul, repleto de esas pláticas, en las que intentas resolver el mundo y finges que una copa de vino, al atardecer, es lo mismo que ir a terapia. Agosto llegó antes de lo planeado. Porque, claro, nunca alcanzan los días de verano.  

De septiembre ¿qué puedo decir? Días rojos, que, como de costumbre, temblaron, no solo impactando a mi cuerpo con el bailar de la tierra, sino a mi corazón, con las ilusiones que se perdieron entre las esquinas de la distancia y los fríos abrazos de las circunstancias. 

Recibí octubre bajo disfraces y máscaras, logrando reconstruir viejas grietas, al darme cuenta de que, no porque aquello ya no exista en el presente, significa que no haya sido real en el pasado. Un mes rosa, fluorescente, logró sacar brillo a esas heridas bajo una luz negra. 

Noviembre fue de ese tono que baña la cultura espacial y te hace divagar hacia el futuro, como un cohete que busca la luna. Días plateados, los cuales afirmaron que las rupturas son dolorosas, pero, en ocasiones, son necesarias para que pueda entrar la luz.  

Por último, diciembre… llegó mucho antes de lo esperado, como ese ex que te topas en la calle, aun sosteniendo en tus manos el corazón aboyado. Todavía no decido cuál será su color.  

Si algo aprendí este año es que los cambios, más que ser blancos o negros, son. Sin ellos, no hay corrientes, no hay viajes, ni respiros. Si no queremos sufrir, evitemos los cambios. Pero, si no cambiamos, ¿para qué vivimos?  

Este 2024, antes que el miedo, promovamos la curiosidad. Pues todavía le faltan muchas fotos y tonalidades a nuestro carrete. Y ¿quién sabe?… en ocasiones sorprenden.  

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