5 de julio de 2024

Pedirle al por mayor a nuestro derrochadito Dios

Imagínate que Jesucristo se te presenta y te dice: «Pídeme, hoy, veintiuna cosas, al menos; recuerda que prometí: “Pidan y se les dará”» (Mt 7,7). 

Antes de continuar leyendo, te invito a poner por escrito tus peticiones; basta con que escribas dos o tres palabras que te recuerden lo que has pedido. Sí, detente, ora y escribe. 

Dice Concepción Cabrera: «Mucho le pedí hoy [a Jesús], siquiera una [gracia] para cada persona que estaba en la capilla. Después, se me hizo esto poco, delante de un Rey inmensamente rico y poderoso, y comencé a pedirle por mayor. ¿Cómo no, si Él no se merma y tan derrochadorcito se ha mostrado siempre en su oasis12 

¡Qué bello adjetivo: derrochadorcito! El diminutivo le agrega una pizca de humor. Sí, tenemos un Dios generoso y dadivoso, en absoluto avaro o tacaño. Un Dios «inmensamente rico y poderoso», que «no se merma». A este Dios, hemos de pedirle al por mayor. Pedirle al menudeo sería desaprovechar la oportunidad, ofender su bondad o menospreciar su riqueza. 

No es que Dios “necesite” que le digamos qué queremos pedirle o por quién queremos orar («su Padre ya sabe lo que ustedes necesitan, antes de que se lo pidan»: Mt 6,8), pero, a nosotros, la oración de petición nos hace mucho bien, pues nos revela lo que llevamos en el corazón, nos hace mirar a los demás y solidarizarnos con ellos, nos sensibiliza ante la realidad de nuestro mundo y nos reta a actuar. 

Ahora, te invito a que leas las peticiones que hiciste. ¿Cuántas fueron por ti, por tu familia, por otras personas? ¿Cuántas por la sociedad, el mundo, la ecología…? ¿Qué le pediste a Dios para ti? ¿Por cuáles personas oraste; qué pediste para ellas? 

Y esas veintiuna peticiones, ¿qué te dicen de tus prioridades e intereses, de tus relaciones y deseos? ¿Qué dicen de ti, del tipo de persona que eres? 

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