5 de julio de 2024

Mujer, antes que otra cosa viaja

Creo que, a las mujeres, nos hace falta viajar. Y no hablo de tener un destino fijo al cual llegar, sino de caminar en los lugares donde nunca “tenemos” tiempo para entrar.

El mundo nos ha dictado la manera como debemos ser, qué partes de nosotras cultivar, qué rincones destruir y de cuáles escapar. Nos hemos enfocado tanto en cumplir con estos estándares y en complacer a otros, que nos perdimos al subirnos a un avión que no conducía a un destino de nuestra elección.

Al ver al espejo, contemplamos a una persona que ya no conocemos. Estando en un cuarto repleto de gente, sentimos una soledad profunda que ahoga. Mostramos, siempre, una destacada sonrisa, solo para regresar en la noche y usar de almohada el costal, que guarda nuestras lágrimas. Y ponemos excusas:  el siguiente fin de semana, a principios del año que viene… posponemos ese viaje, como si nuestro camino estuviera en las manos de alguien más. La felicidad es nuestra responsabilidad.

Me encantan los nuevos destinos, las caras desconocidas y avenidas, que aún no han escuchado la música de mis latidos. Lo mejor que podemos hacer por la humanidad es viajar. Es imposible amar algo que no se conoce y los recuerdos mueven el corazón para empezar una revolución.

¿Cómo pretendemos seguir encabezando nuestra lucha si, por instantes, no logramos reconocernos? Tomemos las maletas y viajemos entre los horizontes de nuestra memoria, descubramos cuál era ese destino al que siempre quisimos ir…

Nademos en las corrientes de nuestro mar, para redescubrir nuestra propia fortaleza. Caminemos, viendo las mariposas que revolotean por nuestras células, son la prueba de que la libertad está al alcance de nuestras manos. Busquemos, entre el cielo de nuestra alma, todas esas luces que el ruido externo ha intentado apagarnos. Exploremos, descubramos, recordemos, soltemos, lloremos, riamos, sanemos, para liberarnos de las etiquetas; escapar de las creencias, encontrar mejores respuestasy darnos cuenta de que la grandeza ha estado siempre ahí. Solo debemos dejar de escuchar los murmullos del viento externo, para hacerle espacio a nuestra melodía interna.

Después de haber viajado por tantas dimensiones y recorrer tantos paisajes, podremos empezar a cultivar un destino propio. No vale la pena complacer al de al lado si, al hacerlo, nuestro rompecabezas queda dañado; que escapar de nuestras tormentas no es opción, pues es un rechazo a nosotras mismas. Esto es la muestra más alta de amor propio que podemos regalarnos, el mayor acto de rebeldía contra todo eso que ha intentado apachurrarnos.

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