5 de julio de 2024

La santidad

Este mes de noviembre, se inició litúrgicamente con una hermosa celebración: “Fiesta de Todos los Santos”, conmemorando así la eficacia de la presencia y acción redentora de Jesús.

Celebrar a todos los santos es reconocer que es posible una plenitud de vida, de la que ya participan ellos, que es la meta de quienes vamos en camino y es el destino final de todos cuantos, al final, hagan una opción por Jesús.

Al día siguiente, celebramos a “los fieles difuntos”. Todas las culturas antiguas, ante el misterio de la muerte, interpretaban y celebraban a los muertos, como regresando a la vida de antes y, por eso, ponían alimentos, signos de estar en comunión con ellos, recordando lo que a ellos les gustaba.

Con Jesús, se da un salto definitivo. La oración del prefacio dice: “La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo”. Qué visión tan hermosa, consoladora y llena de gozo.

Por eso, afirmo que noviembre no es el mes de los muertos, es de la vida y de la santidad. Es el mes que nos pone a las puertas de una nueva experiencia, de esperanza y de una nueva presencia del Emanuel: Dios con nosotros.

El Evangelio nos dice que Dios es un Dios de vivos, porque nuestro Dios no es un Dios de muertos, pues para Él todos están vivos.

Respetamos y gozamos las tradiciones de nuestros pueblos y no cosas venidas de lejos, contrarias a la fe y al amor a la vida en Dios.

Allá, un poco lejos en el tiempo, los Macabeos, una familia defensora de la fe, presintió que, después de la muerte, estaba la vida en Dios. Quiero rescatar las palabras del cuarto hijo: “Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se tiene la firme esperanza de que Dios nos resucitará”.

Celebrar a todos los santos nos hace admirar la acción del Espíritu Santo, admirable forjador de santidad, fantástico constructor de la unidad, eficaz misionero de Jesús.

Termino recordando el gran mensaje que el Concilio Vaticano II nos recordó y propuso como definición de los discípulos de Jesús: Todos santos, todos hermanos, todos apóstoles. Sí, todos estamos llamados a ser santos. ¿Cómo? Viviendo como hermanos y Evangelizadores de la buena nueva, que no es una doctrina sino la persona misma de Jesús.

Creer para nosotros, más allá de enseñanzas, es una experiencia de encuentro con la persona de Jesús y reconocerlo como Salvador y Señor. Amén.

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