por El llamado que Dios continuamente nos hace, para atender su voluntad, llega al punto definitivo, cuando es Jesús mismo quien se nos hace presente, en el momento en que nuestro lugar en casa del Padre está listo y nuestra presencia en él es requerida.
Ese tránsito hacia la presencia del Padre es lo que llamamos muerte, el momento en que se nos arrebata del mundo en que vivimos y continuamos la existencia en nuestra verdadera morada. Este es, quizás, uno de los signos más fuertes de nuestra fe, la confianza en esa vida eterna que proclamamos en el Credo.
Quizás, creemos que es una situación exclusiva para aquellos que Dios considera justos, para aquellos que han dado un testimonio excepcional de fe y acatamiento a la voluntad de Dios. Mas, es el mismo Jesús quien nos aclara que ese es el lugar que ha sido preparado para nosotros en la Casa del Padre.
Todos tenemos una invitación, para participar de la vida eterna, pero será nuestra capacidad de entender y adaptarnos a esta vida la que nos permitirá alcanzar el gozo total, porque aquel que ha entendido cuál es la voluntad de Dios y que la manifiesta en su persona haciéndola su forma de vida y servicio a los demás es quien llega a su morada definitiva.
Quienes estamos dispuestos a seguir a Jesús, llevando una vida de entrega feliz y de encuentro amoroso con sus hijos y sentir cercanía ante la presencia de Dios encontraremos todo dispuesto, al presentarnos en nuestro último minuto ante Él.
Pero, aquellos que se han puesto rebeldes y han hecho su voluntad, explotando, abusando y usando a los que deberían servir, al llegar, tendrán que enfrentarse a ellos y buscar su perdón para poder estar en paz y armonía. Aquellos que han rechazado lo que Dios les ha propuesto y se han resistido al amor de Dios, al llegar a este sitio, descubrirán la verdad que han rechazado y no serán capaces de vivirla sin dolor, teniendo que huir y esconderse de la presencia y alegría de aquellos que sí disfrutan el amor y cercanía que Dios les brinda.
