1 de julio de 2024

Dios es feliz haciendo feliz a cuanto le rodea

                   

«Dios es feliz haciendo feliz a cuanto le rodea»[1], escribe la beata Concepción Cabrera. ¡Qué bella verdad!

Ser feliz es el anhelo más profundo del ser humano. Todas nuestras acciones están orientadas hacia ese fin, aunque muchas veces no seamos conscientes de ello.

Dios quiere que seamos felices. Y para conseguirlo, nos ofrece su amor y su salvación, nos libera de nuestro pecado, egoísmo, arrogancia e indiferencia, de nuestros temores y esclavitudes.

Una madre o un padre de familia se alegra si ve que sus hijos son felices; de igual manera, Dios se alegra si ve que somos felices. Pero Dios no únicamente constata nuestra felicidad, sino que la produce poniendo a nuestro alcance los medios necesarios para que la consigamos.

Pero, con todo y que Dios quiera nuestra felicidad, si nos empeñamos en ser infelices, nada puede hacer, pues respeta nuestra libertad. No puede obligarnos a ser felices ni producir la felicidad en nosotros, como por arte de magia.

Si rechazamos su amor y su gracia, si nos herimos a nosotros mismos, dañamos a los demás o destruimos la creación, Dios se entristece y sufre, pero jamás se da por vencido: hará hasta lo imposible para que algún día nos abramos a su amor, acojamos su salvación y seamos felices.

Dios nos ofrece lo que puede hacernos felices, pero depende de nosotros que acojamos esos medios. Y si ve que somos felices, experimentará una inmensa alegría.

La felicidad no es incompatible con el sufrimiento, la enfermedad, la ancianidad, la pobreza o la certeza de la muerte, pues felicidad no equivale a comodidad, placer o gratificación, sino a amor, gozo y plenitud.

Para ser felices, no esperemos a “haber alcanzado la felicidad”; más bien, caminemos hoy en esa dirección disfrutando las múltiples alegrías, pequeñas o grandes, que Dios nos regala cada día.


[1] Cuenta de conciencia, 23,133-134: 20 julio 1906.

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