5 de julio de 2024

Mirar hacia lo alto 1° y 2 de noviembre

Queridos lectores, ahora, me gustaría reflexionar sobre los días 1° y 2 de noviembre. Lo que comúnmente conocemos como «el día de muertos», la Iglesia lo festeja en dos días: 1° de noviembre, «Día de todos los Santos» y 2 de noviembre, «Día de Muertos».

Si bien es bueno festejar estos días populares, es más importante celebrarlos con pensamiento cristiano; es decir, vivirlos con la conciencia de que, en esos días, se encierra el misterio pascual. Nosotros creemos en un solo Dios, en tres personas: el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo. El Hijo, que es Jesús, es un Dios que se hace hombre, para vivir entre nosotros y enseñarnos a vivir un camino de santidad, para, algún día, regresar al Padre.

Los que creemos en Dios celebramos el 1° de noviembre, el «Día de Todos los Santos», para recordar a nuestros hermanos que se nos adelantaron y que, siendo seguidores de Cristo, vivieron santamente. Ellos son ejemplo para nosotros, de cómo vivir el Evangelio y ser santos desde esta vida.

El 2 de noviembre es el «Día de Muertos». Hay la creencia popular de que, en el Día de Muertos, nuestros antepasados tienen un retorno transitorio a la tierra, para estar un día con sus familiares y seres queridos, de ahí que se ponga, en las ofrendas, comida y cosas que a ellos les gustaban; sin embargo, cristianamente, la ofrenda de muertos es solo un signo para recordar a los seres queridos que se nos han adelantado y orar por ellos. Y, peor aún, ha sido la influencia popular, de festejar el Halloween, aún sin el conocimiento de a quién estamos conmemorando.

Vivamos estos días con pensamiento cristiano, tomando ejemplo de nuestros hermanos que, unidos a Cristo y con la fuerza del Espíritu Santo, lograron llevar una vida de santidad. «Os exhorto, pues, hermanos por la misericordia de Dios, a que os ofrezcáis a vosotros mismos como un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. Tal debería ser vuestro culto espiritual» Rm.12,1.

También, les sugiero recordar a nuestros difuntos, orando por ellos. San Efrén, Doctor de la Iglesia (306-373), escribió sobre esto en su testamento: «En el trigésimo de mi muerte, acordaos de mí, hermanos, en las oraciones. Los muertos reciben ayuda por las oraciones hechas por los vivos».

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