8 de julio de 2024

Las Causas de Beatificación y Canonización

de la Familia de la Cruz 

H. Alfonso Pérez Larios, M.Sp.S. (21) 

Continuación… 

LA CASA DE ESTUDIOS DE COYOACÁN 

Recuerdo que el P. Joaquín Madrigal, Superior del Escolasticado, designaba a algunos estudiantes, para que fuéramos a trabajar en la cocina y, así, ayudar un poco al hermano Alfonso, especialmente cuando había muchos estudiantes y el tiempo era limitado.  

A mí, me mandaron en una ocasión. Le expresé, al hermano, mi absoluta ignorancia en materia culinaria. Después de fregar los platos, que es lo que yo sabía hacer, me pidió que le ayudara a hacer unos macarrones. Con toda paciencia, me explicó cómo tenía que hacerlo, pero yo pensé que era más fácil poner los macarrones en agua fría y que, así, se calentaran y se cocieran. A la hora de servir la mesa, me preguntó si ya estaban los macarrones y le dije que sí. Cuando él destapó la olla, encontró un engrudo que, ciertamente, no era comestible. Movió la cabeza, pero no me dijo ni una palabra. Ya no recuerdo cómo salió del apuro, presentando otra cosa. Lo que sí sé es que, al día siguiente, no me enviaron a la cocina. Ciertamente, no fue una reprimenda, pues yo mismo le había contado el caso al P. Madrigal. 

Le gustaban las cosas calientes, más aún, la leche la tomaba hirviendo y, para que su desayuno «le supiera», como decía él, recuerdo que se sentaba junto al fuego, donde colocaba la taza de peltre para que, a la hora de dar un trago, estuviera de veras hirviendo. 

Todas las semanas, iba al mercado a traer la despensa, como antes, en Tlalpan, en Roma, y en todos los lugares donde había ejercido este cargo. El hermano Magdaleno Rangel, que estuvo con él una temporada, del 23 de mayo al 16 de octubre de 1946, recuerda que: «En estos oficios, se distinguía él por su caridad y abnegación, propia de los hombres virtuosos. Procuraba el bien para todos; además, ponía mucha atención en aquellos hermanos que necesitaban cosas especiales. Sobrellevaba a aquellos que, en ocasiones, son un poco difíciles». «Por su manera de ser, era bien querido de todos, nunca hablaba mal de nadie, a todos, procuraba el bien».  

En no pocas ocasiones, le hacíamos algunas bromas, nunca se malhumoraba. Le decíamos que le quitaríamos algún mechoncito de su cabello, para guardarlo como reliquia, y decía, con mucha gracia, «cuando me lo estén quitando, les muerdo, para que, en vez del mechón, se lleven una mordida»

Continuará… 

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