3 de julio de 2024

El credo

Jesús resucitó de entre los muertos 

(Segunda parte) 

En el número anterior, ofrecimos algunas reflexiones sobre la resurrección de Nuestro Señor. Con su pasión, muerte y resurrección, Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, rompió las cadenas del pecado y la muerte y nos alcanzó la salvación. Después de resucitar y antes de ascender al cielo, se apareció a sus discípulos y amigos durante cuarenta días (Hch. 1:3). El Nuevo Testamento narra algunas de estas experiencias. 

Profundicemos en un aspecto de particular trascendencia: las ocasiones en que Jesús resucitado compartió los alimentos con ellos. Los Evangelios mencionan tres de ellas. Después de conversar con dos discípulos, camino a Emaús, Jesús cenó con ellos y, al partir el pan, ellos lo reconocieron (Lc. 24:13-32). Más tarde, en Jerusalén, Jesús se apareció a los apóstoles, quienes, llenos de asombro, le dieron a comer un trozo de pescado (Lc. 24:33-43). Por último, Jesús se encontró con un grupo de discípulos, en el mar de Tiberíades, causó una pesca milagrosa y, luego, los llamó a la orilla para comer (Jn. 21:1-14). 

En estos tres momentos, se reconoce la identidad de Jesucristo, resucitado en cuerpo y alma, precisamente a través de los alimentos. La comida es signo de vida y una vida que se comparte. Evidentemente, esto se relaciona con otros signos de Jesús, que involucran alimentos, desde las bodas de Caná, hasta la multiplicación de los panes. El más importante de ellos es la Última Cena: Jesucristo nos ha compartido el pan de vida y el cáliz de salvación.  

En verdad, en la Eucaristía, se cumple el anuncio de Nuestro Señor de que su cuerpo y su sangre serían alimento de vida eterna (Jn. 6:35-58). Nuestra fe, en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, se vincula estrechamente con nuestra fe en su resurrección.  

Jesucristo está vivo y, así como compartió alimentos con sus discípulos, nos comparte el alimento de salvación que es Él mismo. Por eso, en cada misa, cuando el sacerdote muestra el pan y el vino recién consagrados, decimos: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡Ven, Señor Jesús!” 

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