8 de julio de 2024

Un diácono para el mundo

El llamado vocacional… quizá, para unos, podrá ser representado con una sotana negra y un rosario en la mano; para otros, será un signo del compromiso de vida junto a su pareja y a los hijos que han traído al mundo, a quienes acompañan a descubrir la vida. Así, apreciamos estas dos vocaciones. 

Por un lado, para la mayoría de los católicos latinos del mundo, está como un hecho natural el ministerio ordenado. Aquel en que Dios mismo llama al hombre a entregarse en su totalidad al servicio para santificar la vida de los hombres, curando las heridas que ha hecho el pecado en sus vidas y atendiendo las necesidades espirituales de la comunidad. 

Por el otro lado, el Matrimonio, un sacramento por el cual Dios se vale para hacer crecer la Iglesia, no solo en número de fieles, sino en todo lo material y espiritual, llenando a los padres de gracia, para formar nuevos seres, grandes hombres y mujeres cristianos, llenos de pasión por su fe. 

Ambos sacramentos, el Orden Sacerdotal y el Matrimonio, caminan en el servicio de la Iglesia, propagando la fe con el testimonio de vida, pero los vemos como caminos separados e irreconciliables al servicio de Dios.  

Pero hay un grado al ministerio ordenado que, después de recorrer un camino como esposo y padre, el hombre puede ser llamado para que consagre su vida, en el estado que está, para servir a Dios atendiendo la santidad y la necesidad espiritual de los miembros de la comunidad. 

Este hombre lleva el testimonio desde su hogar, proyectándolo al mundo, pues el signo del matrimonio, entregado al servicio de la iglesia y a Dios, nos habla de la fidelidad, del trabajo común, de la apertura a aceptar al otro como es y promover su originalidad, como un signo del amor de Dios. 

Por ello, ser diácono permanente es una vocación original y un signo de la figura de la Sagrada Familia, que acompaña a la comunidad a encontrar la respuesta en el servicio, la oración y el encuentro con Dios en los hermanos. 

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