5 de julio de 2024

Por los caminos del Evangelio

La semilla en campo fértil 

Es cierto, como le escuchamos decir a san Pablo, “mírense unos a otros; no hay muchos de la nobleza, ni muchos fuertes, ni muchos sabios… ha escogido Dios lo débil de este mundo, para confundir a los poderosos y sabios según la carne” (1Cor 1, 26). 

Jesús, en el Evangelio del Administrador, tranza, nos pide ser astutos y creativos, para resolver situaciones problemáticas con sagacidad y valentía; ganar en habilidad, para ser recibidos en el Cielo, poniendo muy en claro que no podemos servir a dos señores, a dos amos: o a Dios o al dinero. 

En este momento, nuestro mundo está cimentado en el dinero, haciendo a un lado al Dios de la vida. Parece que va ganando, parece que no hay quien lo detenga, viene de muy lejos, para adueñarse de los centros de diversión, poder y decisión. Y nos llena de asombro que el esfuerzo de aquellos que han optado por servir solo a Dios no ayude a salir de esta situación. 

Un sembrador, unas semillas, unos terrenos, unas consecuencias por la realidad de los terrenos. Las semillas del Evangelio no son mágicas, llegan al terreno que presentemos nosotros mismos: impenetrable como los caminos o revuelto con espinas o piedras, o como tierra buena dispuesta a dar frutos de vida nueva y abundante, como es el Reino de Jesús. 

Seguramente, conforme pasa el tiempo, nos vamos arraigando más en el proyecto de Jesús; según la fuerza de Su mensaje, nos damos cuenta de que solo Él tiene palabras de vida eterna, solo Él es el camino, la verdad y la vida, solo Él es el único que nos perdona, sana y libera llenándonos de su Espíritu Santo. 

El apóstol san Pablo lo expresó así: “no quiero conocer a nadie más, sino a Cristo; todo lo considero como basura en comparación de Cristo, por Él, acepté perderlo todo, pero ya no vivo yo, es Cristo el que vive en mí, nada ni nadie podrá separarme del amor de Cristo Jesús…” y sigue arraigado en Jesús, siendo terreno bueno que da frutos nuevos y abundantes. 

El Concilio Vaticano II nos pedía “abrir nuestros ojos a las dimensiones del mundo”, por lo que me brota una de las mejores semillas del Evangelio: “Bienaventurados serán, cuando los insulten y persigan y digan todo género de mal contra ustedes falsamente, por causa de Mí. Regocíjense y alégrense, porque la recompensa de ustedes en los cielos es grande, porque así persiguieron a los profetas, que fueron antes que ustedes” (Mt 5, 11-12). 

Y, así, la semilla buena, sembrada en el campo fértil de nuestro corazón, dará fruto abundante en fecundidad, fidelidad y felicidad. Amén. 

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