8 de junio de 2025

Inyecciones de Fuego

Oídos dispuestos a escuchar al Espíritu Santo 

Concepción Cabrera escucha que Jesucristo le dice: «Oídos dispuestos, ¡he aquí la gran palanca de la vida del espíritu! Por ellos se alcanzan gracias y favores sinnúmero para sí y para otros. Feliz el alma que los lleva consigo, pues posee un tesoro inapreciable, que la conducirá a la vida eterna»1

Estas palabras son la conclusión de un largo texto, sobre la sordera espiritual, la cual tiene «funestas consecuencias para el alma», pues impide la santidad, ya que la persona sorda «no escucha, ni puede escuchar la suavísima y delicada voz del Espíritu Santo»2

Para la Sagrada Escritura, escuchar y obedecer son las dos caras de una sola acción; solo ha escuchado, verdaderamente, quien ha hecho la voluntad de Dios. 

Dios le pide a su pueblo: «Escucha, Israel» (Dt 6,4); y el salmista exhorta a los israelitas diciéndoles: «ojalá, ustedes, escuchen hoy la voz de Dios» (cf. Sal 95,7). La actitud fundamental del creyente es querer escuchar. El pecado consiste en la sordera voluntaria: «mi pueblo no escuchó mi voz; Israel no me obedeció» (Sal 81,11; cf. Jr 7,28). 

Para escuchar al Espíritu Santo, debemos tener «oídos dispuestos» y, para tenerlos así, hemos de desear abrirlos y tomar la decisión de hacerlo. Este deseo y esta decisión son gracias que el Espíritu Santo quiere darnos. Pidámoslas con humildad y perseverancia; hagámoslo por intercesión de la Virgen María, la mujer que escuchó la Palabra de Dios y la puso en práctica (cf. Lc 8,21; 11,28). 

Las personas que escuchan a Dios «llegan a ser instrumentos de su amor y de su justicia» y, por medio de ellas, «Dios envía al mundo estupendas gracias»3

¡Escuchemos al Espíritu Santo y hagamos lo que nos diga! Así, caminaremos hacia la santidad y seremos fecundos; es decir, alcanzaremos «gracias y favores sinnúmero» para nosotros y para los demás.

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