Verdaderos milagros
Continuación…
La cultura vocacional está, de alguna manera, presente. Una familia, básicamente sana, ya es, en sí misma, lugar donde los hijos descubren sus cualidades, ensayan sus talentos, se sienten apoyados y queridos, a la vez que exigidos a crecer y trascender.
Cuando mi mamá me daba un libro sobre ciencia o alguna novela histórica, ¿no estaba invitándome a explorar mis intereses y a desarrollar mi curiosidad intelectual? Cuando mi papá me sentaba junto a él, en la sala de la casa, para escuchar la Novena Sinfonía de Beethoven, pidiéndome cerrar los ojos y sentir la música, ¿no estaba ayudándome a descubrir mi pasión por la belleza y por el mundo interior? Cuando hacían todo esto, comunicándome además la experiencia de un Dios de amor gratuito, ¿no estaban poniendo las bases para que, más tarde, captara que Dios me llamaba y me daba una misión en esta vida?
Una comunidad eclesial sana es, en sí misma, un espacio de cultura vocacional. ¿No ocurre, con frecuencia, que un adolescente tímido, al entrar a un coro o a un grupo juvenil, o al prestar un servicio como catequista, empieza a superar inseguridades, descubre cualidades que ni se imaginaba tener y se convierte, con el tiempo, en una persona desenvuelta, alegre, con liderazgo y convencida de que tiene mucho que aportar a los demás? A pesar de nuestros muchos errores, existen verdaderos milagros en los procesos de humanización que genera la vida comunitaria en nuestras parroquias. La persona surge, se descubre llamada a vivir y a amar, se asume invitada por Dios a emprender una misión en favor del Reino.
Sería difícil asumir, como propia, una misión que nos parece algo totalmente ajeno y desconectado de lo que vivimos cotidianamente. Es distinto, en cambio, descubrir que la misión ya está, de hecho, encendida en tu historia, que tiene relación, precisamente, con lo que te ha dado sentido y ha provocado tu alegría interior.
La llama de la cultura vocacional ya está ardiendo en tus experiencias de autenticidad, en todas las relaciones que te han ayudado a encontrar tu lugar en el mundo y que te han hecho descubrir tu ser más verdadero. Vamos descubriendo la vocación, a través de experiencias y personas que provocan que la vida nos encante y que nos arriesguemos a soltar la seguridad de la orilla, para lanzarnos a dar vida.
Pues, así como otros lo han hecho contigo, así, hazlo tú. Esta misión toma la forma de aquel mandato Evangélico de “gratis lo recibieron, denlo gratis” (Mt 10,8). Quizá, entonces, la utopía de la cultura vocacional nos pondrá, cada vez más, en un buen camino.