5 de julio de 2024

Reflexiones de un millenial católico

Cuando la motivación se cansa… 

Cuando uno vive su fe al máximo, al principio, puede que se tenga la expectativa de que su vida espiritual siempre será emotiva, alegre y llena de impulso y fortaleza, y la realidad es que…  puede llegar un momento en donde nada de eso se sienta real, que sintamos que nuestra fe se cansa poco a poco y que ya no somos tan fuertes, espiritualmente hablando, como lo solemos ser. 

Es, ahí, cuando llegan las dudas, las crisis, los momentos de temor, en los que nos hacemos las grandes preguntas: “¿De verdad todo esto es real?” “¿En serio, Dios ama tanto y es tan bueno como dicen?” “¿Por qué me tendría que importar tanto la religión, si hoy en día pareciera no ser parte fundamental de la vida?” 

Es normal sentirse así y parte de la maduración en la fe (y en todas las áreas de la vida) es darse cuenta de que no siempre nos vamos a sentir contentos o eufóricos con nuestras decisiones o estilo de vida, porque nuestra humanidad no es unisentimental o monotemática, sino que, dentro de la gran complejidad de nuestro ser, se encapsula la chispa de la vida, que consiste en darnos cuenta de los muchos enfoques que tenemos.  

Sin embargo, cuando esa motivación se cansa, podemos tomar tres caminos: el del descarte, el de la rutina o el del amor. San Pablo nos dice, en su Primera Carta a los Corintios, que, de las tres virtudes teologales, la excelente, la más perfecta, la mejor, es el amor y quienes tenemos pareja podemos constatarlo día con día. Las relaciones sanas no se construyen desde el enamoramiento químico, causado por las hormonas de nuestra biología, sino que se construyen desde la decisión de amar a la otra persona, a pesar de que no se sientan “mariposas en el estómago”.  

Algo así es nuestra espiritualidad, que debe vivirse como una gran relación de pareja, una relación de amor con Dios y para Dios que, a pesar de no sentirse enamorado, decide día con día, desde las dificultades y las dudas, continuar ahí, porque se encuentra el valor intrínseco de la relación.  

Cuando las dudas asalten, cuando las fuerzas abandonan y los sentimientos no basten, se mantiene el amor, la virtud más perfecta, la que debería ser el motor de nuestra existencia humana y divina. Cuando la fe se cansa y la esperanza se va, queda la decisión de amar. Que ese sea el motor.  

¡Ánimo firme! ¡Qué viva la cruz (decidida a amar)! 

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