8 de julio de 2024

Lo que quiero es misericordia y no sacrificios

Dios, por medio de los profetas del Antiguo Testamento, nos ha enseñado que no es la cantidad de sacrificios y ofrendas ofrecidas lo que va a justificar al pecador, sino un cambio real de su conducta, manifestando arrepentimiento y conversión al autentico amor por los demás, como signo de amor de Dios.  

Cuando Dios cumple la promesa de la llegada del Mesías, cuando Jesús transita por la realidad del mundo, cuando se hacen realidad las promesas reveladas a patriarcas y profetas en Jesús es cuando tenemos en Su testimonio de vida el modelo que nos llama a seguir. Un modelo de vida, que no escandaliza con actitudes radicales de desprecio y segregación, como lo hacían los sacerdotes de la antigua alianza; tampoco con ayunos interminables y revelaciones complejas e inentendibles de los ascetas y anacoretas, porque la propuesta de Dios es que seamos como Él nos ha creado. 

Nuestra conciencia debe impulsarnos para reconocer nuestras conductas erróneas y poder arrepentirnos de las decisiones que nos llevaron a tomarlas, porque es, en ese reconocimiento, en donde encontramos la misericordia de Dios, a la que siempre nos podemos acercar y pedirle el perdón, para que nos llene de sabiduría y prudencia, para no volver a dañarnos ni a aquellos que nos rodean. 

Dios nos ha revelado que toda su ley se resume en el amor, hacia Él y hacia todos aquellos que transitan a nuestro lado por el mundo. Dios nos hace ver, desde tiempos inmemoriales, a través de lo revelado a Noé y Moisés, que la forma para obtener el perdón de Dios no es a través de los sacrificios, en que se derraman ríos de sangre, tampoco con castigos y sanciones autoimpuestas, para borrar los daños provocados. 

Para obtener el perdón, debemos acercarnos a los que hemos lastimado en una actitud de arrepentimiento, para recuperar su cercanía y amistad. Seamos generosos con el perdón, tanto hacia nosotros mismos como hacia aquellos que nos han lastimado… Seamos cercanos, generosos y solidarios. 

Jesús dio su vida dio por nosotros, pero también resucitó para darnos el testimonio de la fuerza del perdón y amor que Dios nos tiene, para que, así, podamos perdonar y ayudar a los demás a compartir la resurrección de Cristo, que nos libera del pecado a través de la confesión, dándonos la sanación, el perdón y la gracia, para poder recuperar la santidad que Él nos da. 

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