8 de julio de 2024

El Credo

Jesús descendió a los infiernos 

En el número anterior, reflexionamos sobre la muerte de Nuestro Señor; la separación de su alma y su cuerpo por la crucifixión. Como señala el Credo, su cuerpo fue sepultado. ¿Qué ocurrió con su alma? 

Los judíos llamaban sheol (en griego, hades) al lugar de los muertos, el inframundo. El pecado había cerrado las puertas del Cielo a los hombres, así que incluso las almas de los justos (como Abraham, Moisés, los profetas o San José) habían ido al sheol, después de morir. 

Jesucristo, cargando con todo el pecado de la humanidad, también “bajó con los muertos al mundo inferior” (Ef. 4:9). Él mismo anunció que “el Hijo del Hombre estará tres días y tres noches en el seno de la tierra.” (Mt 12:40). Con su resurrección, Nuestro Señor rompió las cadenas de la muerte y liberó a quienes, en ella, esperaban al mesías. 

Además, ahí “fue a predicar a los espíritus encarcelados… el Evangelio ha sido anunciado a muchos que han muerto” (1 P. 3:19, 4:6). Entonces, este descenso de Jesús al sheol culminó su misión evangelizadora, pues la noticia de la salvación llegó hasta el abismo de la muerte.  

Es importante recalcar, como explica el catecismo de la Iglesia católica, que “Jesús no bajó a los infiernos para liberar a los condenados, ni para destruir el infierno de la condenación, sino para liberar a los justos que le habían precedido” (§633). El destino de la condenación eterna, al que Jesús llamaba gehenna, lamentablemente permanece para quienes rechazan la salvación. 

Los católicos podemos darle un sentido personal al descenso de Nuestro Señor a los infiernos. Jesucristo es capaz de penetrar hasta los lugares más oscuros y alejados de la gracia de Dios, no solo en la muerte, sino también en nuestra sociedad y en nuestro corazón. Si se lo permitimos, Jesús puede entrar en nuestros abismos, para que, también ahí, se escuche su Palabra de salvación. 

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