Continuación…
Otra experiencia que tuve fue en una parroquia, donde viví y trabajé, en Guatemala. Una vez al mes, teníamos una Eucaristía juvenil, donde una de nuestras pequeñas comunidades de jóvenes preparaba una reflexión o actividad, para compartir el mensaje del Evangelio de ese día con la gente, durante la homilía.
Recuerdo un día, en que una comunidad presentó un sketch muy creativo, donde los jóvenes representaban un noticiero de televisión, interactuando con algunos feligreses en una reflexión atractiva y divertida. Una de las chicas, que estuvieron más involucradas en la preparación de todo esto, después de la Eucaristía, me dijo lo importante que había sido para ella participar tan activamente en la celebración y lo agradecida que estaba por haber sido tomada en cuenta. ¡Me estaba agradeciendo por lo que ella había hecho tan bien! Le dije, con toda sinceridad, lo brillante que había sido y que estaba orgulloso de ella.
Pensándolo bien, más tarde, supe que el simple hecho de escuchar esas palabras, que venían de mí, le había hecho bien. Entonces, entendí que todos los proyectos, estudios, planeaciones, fichas de trabajo y todo lo que había hecho por estos jóvenes solo tenía sentido si me conectaba amorosamente con ellos. De repente, mi ansiedad y mi constante preocupación de tener que organizar una buena pastoral juvenil en la parroquia dio paso a la pura alegría de amar a estos chicos y de mostrarles y decirles que los quiero.
Creo que hay una profunda experiencia de alegría, cuando aceptamos que estamos conectados y que florecemos realmente con los demás y no a costa de ellos o siendo mejores que ellos. De esa manera, comenzamos a aceptarnos como somos: limitados, dejamos de pretender que somos absolutos y acogemos a los demás tal como son, con su singularidad.
El descubrimiento de los dones de otros no es amenazante, sino enriquecedor. Dejamos de querer estar por encima de los demás y nos sentimos más cómodos, compartiendo y ayudando a empoderar a aquellos que casi siempre son dejados al margen. Y encontramos el disfrute de Dios en esto: “Que todos sean uno” (Jn 17,21).
¿Qué experiencias de comunión te han hecho descubrir quién eres y a qué estás llamado? ¿Qué encuentros y vínculos te revelan tu vocación?