Templa tu alma para el dolor
Si has seguido las publicaciones anteriores, sabes que hemos estado presentando la cadena de amor que Jesús inspirara a Conchita Cabrera de Armida. En esta décimo primera regla, estamos llegando al centro y culmen de la Espiritualidad de la Cruz, el sentido del dolor y del sufrimiento.
Cuántas veces renegamos cuando nos toca vivir la cruz y nos preguntamos por qué o para qué nos tocan vivir situaciones tan terribles en nuestras vidas. Sabemos que el sufrimiento es inherente al ser humano, pero fíjate que existe una manera de sacarle provecho al sufrimiento, al ofrecerlo junto con los dolores de Jesús en la cruz, por el bien de los hombres, de la Iglesia y en especial de los sacerdotes. La Espiritualidad de la Cruz nos enseña a darle sentido al dolor, de ahí que se le conoce también como Espiritualidad Pascual, ya que, para que hubiera Pascua, tuvo que haber pasión.
La cadena de amor contempla al “Varón de Dolores”, con la finalidad de preparar nuestro corazón para que, cuando nos toque atravesar por el dolor y el sufrimiento, lo hagamos de la mejor manera posible, al darle un valor salvífico y hacerlo fecundo. A través de la lectura y del discernimiento de las sagradas escrituras, comprenderemos cómo Dios nos cuida y nos protege del mal, sacándonos adelante cuando pareciera no haber salida, obteniendo bienes de males, para ir templando nuestra alma y fortalecerla para enfrentar el dolor, siguiendo el ejemplo de Jesús.
Jesús habla a Conchita sobre la mortificación. Un arma infalible para enfrentar el dolor reside en el quebrantamiento voluntario del propio querer, implica el sacrificio de todo propio interés. El P. Carlos Vera, M.Sp.S., explica que el sufrimiento y la mortificación van más al interior del alma, en tanto que la penitencia y el padecimiento se refieren más al cuerpo. La mortificación se ejercita y se fortalece en el profundo silencio que permite la reflexión, la oración, la contemplación. La mortificación domina los sentidos, derroca la voluntad humana, se apoya en la humildad y en la constancia.
Para poder cultivar la virtud de la mortificación, requerimos de la fortaleza que nos otorga el Espíritu Santo. La fortaleza se desprende de la confianza amorosa y desinteresada en Dios y en nuestros hermanos. Cuatro son las virtudes que sostienen al alma: la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza, pidamos al Espíritu Santo nos otorgue estas gracias para poder vivir la Espiritualidad de la Cruz.
Reflexionemos: ¿Tengo fortaleza ante la adversidad? ¿Cuál es mi actitud ante el dolor? ¿Ofrezco mis sufrimientos a Dios? ¿Qué haré para fortalecer mi alma frente al dolor?
Referencias: Vera, C. (2019) Vivir la Cadena de Amor. México: Publicaciones CIDEC