5 de julio de 2024
HOMBRE SONRIENDO

Dejando Huella

Cristo, el Señor de la vida y de la historia 

Este artículo lo dedico como un homenaje al P. José Luis Fernández de Valderrama, M.Sp.S., al Sacerdote y al amigo, compartiendo con ustedes parte de uno de sus escritos. 

En este abrazo del Padre que resucita a Jesús, descubrimos su profunda comunión de vida, su total unidad, y reconocemos y proclamamos, con admiración y alegría, que Jesús es el Hijo de Dios, el Cristo, el Señor de la vida y de la historia. 

En Jesús, descubrimos a un Dios que no solo nos ha dado el don de la vida, sino que se interesa por nosotros y nos ama. Y nos ama, hasta tal punto, que quiere abrazar y hacer suya toda nuestra vida; con todos sus avatares y contradicciones, con todas sus posibilidades y limitaciones, con todas sus riquezas y miserias, con lo que tiene de más semejante a Él y con lo que es más opuesto y contrario a Él mismo 

En la resurrección de Jesús, descubrimos nuestra verdadera identidad, nuestro origen y nuestro destino, nuestro verdadero hogar. Somos de Dios; Él es nuestro origen; Él nos ha hecho sus hijos y quiere que vivamos siempre con Él, en su casa; Él es nuestro destino, nuestro hogar. La muerte es el paso para llegar a nuestra verdadera casa y alcanzar la plenitud de la vida; soñada y deseada por Dios desde toda la eternidad, y buscada por Él para nosotros, hasta la locura de entregarse a sí mismo. 

Por eso, para nosotros, hoy, creer en la resurrección de Jesús, no puede significar solamente proclamar que Jesús vive, es mucho más que eso. Significa proclamar y gritar con nuestra vida que Jesús tenía razón; que el camino que siguió Jesús es el verdadero camino; que ver la vida como Él la vio, rechazar lo que Él rechazó, amar lo que Él amó, luchar por lo que Él luchó y vivir como Él vivió es lo único que llena de sentido y planifica la existencia humana; es lo único que verdaderamente vale la pena vivir; lo único que nos hace humanos, libres y felices. 

Quiero concluir, citando las palabras que José Luis constantemente nos decía:  

“Pidamos a Dios que nos dé lo que Él sabe que necesitamos”. 

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