5 de julio de 2024

Reflexiones de un millenial católico

A partir del pontificado de San Juan Pablo II, se puso de moda el concepto de “nueva Evangelización”, en realidad, este concepto se empezó a desarrollar desde el Concilio Vaticano II (en los años 60s), para darle un nuevo impulso y dinamismo a la vida de la Iglesia. A partir de ahí, muchas iniciativas se han propuesto y llevado a cabo, para entender y aplicar este nuevo mandato misionero de la Iglesia.

Por ejemplo, es muy normal ver cómo distintos grupos de jóvenes y familias salen de misiones en Semana Santa, o en otras fechas importantes, a pueblos más o menos marginados, para hablar del Evangelio, tener actividades con la gente de los lugares que se visitan y vivir los días santos buscando mayor conexión con Dios.

Estas iniciativas son un buen comienzo para reflexionar sobre la misión Evangelizadora de la Iglesia. En mi caso, ir de misiones en Semana Santa me ayudó no solo para conectar con mis creencias sino también para salir de mi burbuja y darme cuenta de realidades y privilegios que me fueron dados, que muy difícilmente hubiera podido tocar.

Sin embargo, quedarse en esta visión de la Evangelización sería quedarnos en una visión poco comprometida con las realidades cercanas. ¿Cuál debe ser, entonces, “nuestra nueva Evangelización” y cómo llevarla a cabo en nuestro mundo cotidiano?

Yo considero que, en un mundo tan ruidoso y estimulante a los sentidos, la mejor forma de Evangelizar es desde el testimonio silencioso del amor.

Hoy en día, ya no es eficiente Evangelizar de primera instancia desde los grandes discursos. La propuesta que hago, desde la reflexión, es a Evangelizar desde el testimonio amoroso, porque es, desde el ejemplo, donde más se llega a las almas. El testimonio grita en el silencio que se intenta ser coherente con lo que se cree.

Ni siquiera debe ser un testimonio de perfección, sino simplemente de camino, de esfuerzo, hacia lograr congruencia en el seguimiento integral a Cristo. Implica más fuerza de voluntad, porque no es una vez al año o solo por un rato, sino que debe ser un esfuerzo de todos los días,  con todos con los que nos encontremos en nuestro peregrinar por la vida.

Dar los buenos días, a quienes vemos a diario, ayudar en acciones de caridad, ver a los ojos a quienes nos cruzamos en el camino, devolver una sonrisa, procurar la paz entre nuestros conocidos, no conformarnos con las injusticias cercanas o lejanas, acompañar a aquel que vemos que no se termina de acoplar en un grupo, o incluso ser agente de cambio, sin grandes pretensiones de querer arreglar al mundo entero. En pocas palabras, nuestra nueva Evangelización debe consistir en el testimonio del amor, a Dios, al prójimo y a uno mismo.

¡Ánimo firme! ¡Qué viva la Cruz (del amor)!

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