8 de julio de 2024

Mirar hacia lo alto

Queridos hermanos, después de haber vivido el Triduo Pascual, donde acompañamos a Jesús en su pasión, muerte y resurrección, ahora, hay que prepararnos para recibir al Espíritu Santo, en Pentecostés.

Pentecostés es la efusión del Espíritu Santo, que Dios obra en nosotros, como cuando construyó la Iglesia, en la Iglesia primitiva. Pero reflexionemos, ¿qué es lo que esta efusión del Espíritu Santo debería edificar hoy en nosotros? Seamos conscientes de esta realidad divina, para vivirla en plenitud.

Después de su muerte, Jesús resucita y se presenta ante sus apóstoles, dándoles pruebas de que vivía. Ante todo, ¡somos hijos de un Dios vivo!

“Jesús les ordenó: — No os vayáis de Jerusalén, sino aguardad la promesa del Padre, que oísteis de mí, porque Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de pocos días”. Hch.1,3b-5. De tal forma que, la promesa del Padre consiste en “ser bautizados con el Espíritu Santo”.

Algo importante es, distinguir que esta “efusión con el Espíritu Santo” no es la misma que recibimos en el sacramento del Bautismo, cuando recibimos la filiación divina y somos nombrados Hijos de Dios. La “efusión del Espíritu en Pentecostés” es un bautismo en el Espíritu Santo, para llevar a cabo nuestra misión como católicos. ¿Cuál misión? ¿Qué efectos debe tener en nosotros esta efusión? La misma que sus apóstoles.

“Jesús les dijo: — Cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros, recibiréis una fuerza que os hará ser mis testigos, en Jerusalén y hasta los confines de la tierra. Dicho esto, fue levantado en presencia de ellos y una nube lo ocultó a sus ojos”. Hch.1,8-9 

Esta efusión con Espíritu Santo debería reiterar en nosotros:

  • Una renovación interior profunda, una verdadera conversión a Dios.
  • La experiencia de una nueva relación con Jesús.
  • Un espíritu de corazón ardiente, que desee compartir esta experiencia divina, con quien se deje.
  • Una toma de conciencia de lo que debe ser la comunidad cristiana: “Se mantenían constantes en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones. Todos los creyentes estaban de acuerdo y tenían todo en común, vendían sus posesiones y repartían las ventas entre todos, según la necesidad de cada uno”.  Hch.2,42. 44-45.

Pidamos, al Espíritu Santo, poder quitarnos el velo de los ojos, que nos impide ver esta realidad divina, y que nos ayude a vivir este ideal de una comunidad, donde todos tenemos lo que necesitamos para vivir en plenitud en Dios y con la mano tendida al hermano. Por nuestro Señor Jesucristo, amén.

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