La familia es el núcleo social más íntimo en que puede desarrollarse y vivir un ser humano y, más allá de la familia, está el mundo más íntimo de cada persona.
Así es como la familia se convierte en el punto de encuentro, en el que Dios se hace presente en todo momento, dando razón a la santidad con que proveyó a la humanidad.
Dios nos muestra su providencia, en cada momento, siempre motivando la alegría, la unidad y el amor que nos sostienen en los momentos de tensión y enfrentamiento, dándonos la luz para discernir el camino a seguir, las formas de crecer unidos y la fuerza para perdonar y admitir, porque, en el perdón, es donde encuentra la auténtica perfección de la relación familiar, donde se valida el amor real y santificador, que provee la presencia de Dios.
La familia es la realidad que desea Dios para el hombre, en la cual el hombre y la mujer abandonan toda autoridad superior a ellos, en la construcción de una relación personal y participativa, dejando atrás su propia individualidad, para crear una nueva identidad entre ellos, con su generosa apertura a la vida y a la atención de las necesidades de cada uno de sus miembros.
Así, se va construyendo una relación, en donde la comunicación y las atenciones son parte primordial.
La gracia de Dios se hace presente con la felicidad, al descubrir sus dones, al superar las crisis que el mundo los hace enfrentar, al saber que el otro siempre estará cerca, atento a las necesidades, haciéndose presente cada día de sus vidas.