5 de julio de 2024

Ansiedad ante Dios

Mi primera directora espiritual, una vez, me dijo: “existen millones de películas que tratan de exorcismos y posesiones demoníacas”, esta frase se me quedó grabada. ¿Por qué es tan fácil para nosotros creer en que el demonio puede poseernos, siendo una “criatura”, y no creemos que Dios puede hacerlo, siendo “El Creador”?” 

Siempre, el ser humano ha creído en un “mal mayor”, pero no en uno bueno, que puede ganarle a ese mal. Mucha gente piensa que la Iglesia es una escuela que enseña comandos, reglas y estatutos que, si se rompen, obtiene el nombre de “pecador”. ¿Por qué creemos tanto en nuestra habilidad de pecar, pero no en nuestra habilidad de vivir en gracia? 

Hace unos días, leía un libro que habla de una ansiedad ante Dios. Menciona un miedo profundo ante la vida en comunión con Dios, que va más allá de la rotura de reglas. La describe de diferentes maneras, mi favorita: “la ansiedad es aquella habilidad del ser humano de disminuir la capacidad de Dios”. En otras palabras, la ansiedad se presenta como una nube, que no permite comprender a nuestro propio Padre, una culpa que absorbe nuestra propia vida, mientras que la gracia divina se encarga de restaurarla.  

El apóstol Pablo describe su vida en un antes y un después de su conversión, pues, antes de conocer a Cristo, pasaba su vida tratando de auto salvarse. Esta salvación dependía de su perfección y de su desempeño. La realidad es que la salvación siempre ha venido de la misericordia de Dios, de su amor a nosotros y de su entrega.  

¿Por qué tenemos tanta ansiedad ante la posesión divina? ¿Por qué creemos que nuestro Dios crea una lista de todos nuestros errores o se enfoca en nuestro buen comportamiento para amarnos?  

Un santo feliz es aquel que, al mismo tiempo que conoce la severidad del pecado, conoce la inmensidad de la gracia. El pecado no debe ser disminuido, tampoco la habilidad de Dios para perdonarlo.  

¿Conoces esta gracia?  Si no es así, quizá he llegado a la fuente de tu ansiedad. Podemos pensar que era tu matrimonio, tu trabajo, tu grupo de amigos. En realidad, es una culpa no resuelta.  

“Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.” (Filipenses 13: 13-14) 

Deja un comentario