5 de julio de 2024

La consecuencia de la resurrección

El ser humano está consciente de su paso temporal por la realidad que vive, tiene un fuerte conocimiento de que no es inmortal y que tampoco está llamado a ser trascendente, a no estar en la memoria del mundo. 

Más la realidad es que, como criatura privilegiada de Dios, en la cual ha plasmado su voluntad y la ha envuelto de carne, su vida deja un cambio, que trasciende a su propio paso por el mundo, dejando una huella indeleble, que se acumula a aquellos que van pasando por el mundo, al igual que él.  

Vemos, en la muerte, el último momento en que un hombre o una mujer compartieron su existencia, el ultimo respiro, la ultima pulsación de su corazón, el ultimo signo de actividad cerebral, más nos cuesta trabajo pensar en la continuación de su camino a la gloria de Dios, el encuentro definitivo y permanente con la trascendencia, el descubrimiento y reencuentro con el amor de los que lo precedieron.  

El ver la continuación de la vida, tras el tránsito que pone la muerte, es aceptar que la resurrección de Cristo, que lo lleva a abandonar el sepulcro y hacerse presente a sus discípulos, es el signo de nuestra propia resurrección, es la invitación a los hombres de aceptar la propuesta de Dios y el anuncio que el mismo Cristo nos hace, que ha derribado toda barrera que separa al hombre de Dios. 

La resurrección de Cristo nos habla, claro y fuerte, de que los que aceptamos la presencia de Dios y lo recibimos en nuestro corazón tenemos el paso franco y abierto a la presencia de Dios, viviéndola desde nuestro paso por el mundo, preparándonos a esa presencia continua a la que nos llama desde nuestro tránsito por el mundo. 

Desde nuestro Bautismo, somos almas resucitadas, que ya no mueren, sino que trascienden al mundo y al tiempo y comparten la gracia y la comunicación de Dios en Cristo, por ello, la seguridad de quienes nos preceden, viven e interceden ante Dios y la confianza de que pronto nos reuniremos con ellos en la alegría del cielo. 

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