5 de julio de 2024

Mirar hacia lo alto La armadura de Dios – segunda parte

Amigos lectores, habíamos reflexionado que la vida, con olor a santidad, no es nada fácil. En especial, en estos tiempos, donde la sociedad nos impulsa a vivir sin contar con Dios. Sin embargo, Dios nos hizo a imagen y semejanza suya, es decir, cuando nos creó, nos dotó de dones y carismas para: dar frutos de virtud, cumplir con toda el alma con la voluntad de Dios y obrar el bien en todo.

Para lograrlo, hay que revestirnos de la Armadura de Dios. “Tomen las armas de Dios, para resistir”. Ef.6,10-18.

Cíñanse con el cinturón de la verdad. Dios es el único y verdadero Dios. Conocer la verdad de Dios nos abrirá la puerta estrecha de la salvación, porque, solo vivir en su verdad nos hará realmente libres.

Vistan la coraza de la justicia. Nuestros actos reflejan nuestra vida moral, por eso, debemos luchar contra lo impuro, lo injusto y lo malo. Llenemos nuestro corazón de Espíritu Santo, para llevar una vida recta a los ojos de Dios.

Calcen las sandalias del celo, para propagar la Buena Noticia de la paz. Como bautizados, nuestro cometido es hablar en nombre de Dios.

Tengan en la mano el escudo de la fe. Sin fe, no agradamos a Dios, porque nos hacemos desconfiados de su Palabra y de sus promesas. Por eso, digamos siempre, “creo, pero aumenta mi fe”.

Pónganse el casco de la salvación. Así como el casco cuida la cabeza, vigilemos nuestras obras buenas, en aras de ir a la vida eterna.

Y empuñen la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios. Nuestra mejor defensa es siempre la Palabra de Dios. Leamos y meditemos su Palabra para defendernos, con ella, de los ataques del maligno.

Vivan orando y suplicando. De nada sirve ir a la guerra y perder contacto con nuestro general. Hay que permanecer unidos a Dios con la oración, a fin de saber lo que quiere de nosotros, mientras estemos en esta gran batalla de la vida terrena.

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