5 de julio de 2024

Inyecciones de fuego Era un crimen no tener alegría

La alegría, no podemos producirla artificialmente ni comprarla; brota del corazón cuando hay razones para ello. Pero sí podemos tener una predisposición para la alegría, y una atención despierta para percibir los múltiples hechos o estímulos, aunque sean pequeños, que podrían brindarnos la alegría que anhelamos. 

Esta predisposición es una actitud cultivada a base de ejercicio, pero también es una gracia que podemos pedir a Dios. Así lo hizo la beata Concepción Cabrera: «Yo mucho le pedí a Dios la alegría; era un crimen no tenerla». Estas palabras son la conclusión de lo que ella escribe el día en que su hijo Manuel celebró su primera misa: 

Pasé la noche en el oratorio con mi Jesús, y de 2 a 3 hice la intención de oír la misa de Manuel, y de recibir las primicias de sus bendiciones y oraciones sacerdotales. […] ¡Yo, madre de un sacerdote! ¡Dios mío, si me siento anonadada! […] 

Santo de Nacho1; comimos juntos […] Todos pensando en la felicidad de Manuel, y le pusimos un cable uniéndonos de corazón a su dicha. Yo mucho le pedí a Dios la alegría; era un crimen no tenerla2

“Crimen” significa «Delito muy grave (asesinato, atentado, ofensa…) / Cualquier cosa que el que habla considera mal hecha o lamentable»3

Todo crimen merece un castigo. Si nos cerramos a la alegría, el castigo será nuestra tristeza, pesimismo y mal humor. Y nos iremos avinagrando. 

Qué pena que haya personas incapaces de experimentar alegría; por eso corren en busca de placeres, diversiones o de algo con que llenar su vacío interior. 

Jesucristo quiere que seamos alegres. Nos dijo: «que mi alegría esté en ustedes, y su alegría sea completa» (Jn 15,11). 

La alegría es un indicador de salud mental; también es (debería ser) un distintivo del cristiano. 

Si somos alegres, alegraremos a los demás y haremos sonreír a Dios. 

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