8 de julio de 2024

Dios nunca te olvida

Si me preguntaran “¿cómo ayudar a que los adolescentes y jóvenes que acompañamos experimenten el amor de Dios?” quizá, respondería diciendo: en primer lugar, “jamás olvides que Dios nunca se olvida de ti”. Y, si luego me preguntaran: “¿cómo ayudar a que quienes acompañamos tengan la experiencia de encontrarse con el Dios que nunca se olvida de ellos y ellas?” quizá, respondería: recuerda tu experiencia de Dios… 

 
Un amigo, al que le acababan de dar varias malas noticias, me preguntaba con dolor: “¿por qué nos suceden todas estas cosas? Tal parece que Dios se ha olvidado de nosotros…” No le respondí. Cuando la pregunta viene de alguien que padece tanto dolor humano, no hay por qué abrumarle con intentos de respuestas, sino escucharlo.  

Sé que Dios nunca se olvida de nadie, pero, cuando alguien sufre, al menos hay que permitir que se desahogue. De cualquier manera, me parece que la pregunta está mal formulada. Podríamos, mejor, preguntar: “¿qué me está haciendo olvidar que Dios nunca se olvida de mí?” Al menos, cambiaría la pregunta “por qué” a la pregunta “para qué” y es que, en vez de por qué sucede…, suele ser más fructífero reconocer el para qué sucede… 

 
Dios no me recuerda por lo que hice ayer, sino por lo que soy en este momento. Si nosotros, que somos muy limitados en nuestra capacidad de amar, solemos estar pensando en las personas a las que de verdad amamos, ¿te imaginas lo mucho que Dios piensa en nosotros todo el tiempo? Dios ama lo que ha creado y lo recrea constantemente al recordarlo. No me quita mágicamente el dolor, pero su amor creador le da sentido y me permite vivirlo creativamente. 

 
Dios me recuerda, totalmente, lo que estoy siendo y tal cual soy, con cualidades y defectos, con los aciertos y con los grandes errores, inclusive, con lo que yo mismo no recuerdo. Dios se acuerda de mis acciones de amor y de mis pecados. El recuerdo de Dios me ayuda a recordarme a mí mismo: he hecho lo que no debería o he dejado de hacer cosas que debí haber hecho; he dicho o siquiera pensado cosas de las que me arrepiento. Me acuerdo, entonces, quién soy ante Dios: un pecador. Alguien me ha discutido: qué mala definición, ¿qué acaso no somos también cosas buenas? ¿Por qué recordar solo lo malo?” 

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