5 de julio de 2024

La muerte, realidad de vida en el espíritu

Vivir el final de la existencia de un ser humano y estar en el momento en el que su vida en este mundo llega a su fin, caemos en la tentación de dar por concluida su existencia y no aceptar las realidades que estableció Jesús con su resurrección, al no asumirnos como parte de ese signo de Pascua, al no implicarnos en ese momento de gracia, que Dios nos permite vivir, cada año, en su momento culminante, de la noche de sábado a domingo de Resurrección.  

El Viernes Santo, vivimos la pasión y muerte de Cristo; pasamos la velada con la tristeza y el abandono de la Virgen María y los apóstoles, es tan grande nuestro dolor que supera la fe y la revelación, que el mismo Cristo nos ha hecho, 

Así, cuando llega Magdalena a darnos la noticia de que Jesús ha resucitado, nuestro corazón y nuestra inteligencia se resisten a creerlo. De la misma manera, la resurrección que ha experimentado nuestro hermano que ha transitado a la trascendencia, a la que Jesús lo ha llevado (Cfr. Jn14,1-6), es difícil comprenderlo viendo el cuerpo tendido dentro del ataúd o contemplando la cajita llena de cenizas. 

Entender y aceptar ese tránsito a la realidad eterna, a la auténtica trascendencia, que el mismo Jesús nos ha revelado (Cfr. Mc 12,24-27), es difícil; no como una realidad, que va a suceder en un futuro y en una realidad diferente, sino que acontece en el tiempo que vivimos. 

Esta realidad eminente, a la que vamos, nos pone en una presencia cercana y sensible con Dios, tal como San Pablo nos lo hace ver al decir: “Y, cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces, se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” (1Co 15,55-56), por ello, aceptar nuestra resurrección es poder pedirle, a los que ya están en presencia de Dios, que intercedan por nosotros 

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