5 de julio de 2024

Inyecciones de Fuego

Que te amen más y mejor que yo 

Concepción Cabrera escribe en su Autobiografía: «Cuántas veces en mis comuniones decía: “Señor, yo no sirvo para amarte; quiero casarme y que me des muchos hijos para que ellos te amen mejor que yo”. Esto no me parecía feo, sino una justa petición para saciar mi sed de amarlo, de más amarlo y verlo amado de mejor manera que yo»1. Páginas adelante repite la misma petición y añade: «Y quién hubiera creído que no sólo muchos hijos de esta clase me iba a dar, sino otros espirituales muy numerosos, “que se multiplicarán como las estrellas del cielo”»2

La petición de esta mujer enamorada de Jesucristo me hace recordar, por contraste, una jaculatoria que escuché cuando niño, tal vez en el catecismo o en el colegio: «Que me ganen en todo, Madre mía, pero en amarte no, Virgen María». Me causaba –y me sigue causando– molestia y rechazo3. ¡Como si el amor a María fuera una competencia! Si desconozco cuánto la aman los demás, ¿qué sentido tiene compararme con ellos? Y si alguien la amara más que yo, ¿qué perdería yo o en qué se afectaría mi amor a ella? 

Vuelvo a la súplica de la beata Concepción. Lo que ella quería era que Jesucristo fuera «amado de mejor manera que yo». ¡Esto es pensar en cristiano! Lo mismo podríamos decir del amor a Dios Padre, al Espíritu Santo y a la Virgen María. 

Mi Dios-Trinidad: quiero que seas amado, quiero que todas las personas te amen más y mejor que yo. Por eso, buscaré darte a conocer, mostrar tu belleza y misericordia, hablar de tu amor y fidelidad, del privilegio de conocerte y servirte, de la alegría y el placer que produce amarte. 

Dame tu Espíritu Santo, para amarte con todo mi corazón, con toda mi alma, con toda mi mente y con todas mis fuerzas (cf. Mc 12,30), para amarte con tu mismo Amor. Y concédeme que todo mundo te ame más y mejor que yo. Amén. 

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