5 de julio de 2024

Reflexiones de un joven católico

Los catorrazos de la vida 

La palabra “catorrazo” se define como un golpe fuerte, propinado por alguien o causado por un accidente, y creo que es una palabra perfecta, para describir el proceso de “vivir”. A lo mejor, cuando éramos niños, estábamos muy protegidos por nuestros padres o por quienes cuidaban de nosotros y nuestras preocupaciones eran mínimas. Conforme vamos creciendo, poco a poco, vamos adquiriendo más libertades y, con ello, más responsabilidades. Pronto, nos encontramos saliendo de la preparatoria, de la universidad, entramos a trabajar y, ahí, empiezan los verdaderos catorrazos.  

Tal vez, en su momento, nos encontramos con algún compañero de trabajo que nos caía mal o un jefe que, en el día a día, mostraba un trato poco agradable o, incluso, grosero. También, llega una etapa en la que los antiguos amigos de la preparatoria y la universidad toman sus propios rumbos de vida y se empieza a sentir la soledad de no ver tan seguido a quienes, en otros tiempos, veíamos a diario. Incluso, puede ser que empiecen a darse problemas dentro de una familia, derivados del cansancio cotidiano o los malentendidos. Puede que hasta lleguen los catorrazos, que no son provocados por otro ser humano, sino por la propia fuerza de la naturaleza o el ciclo de la vida, como el sufrimiento por la enfermedad o la muerte de un ser amado.  

¿Y qué puede hacer el cristiano ante estos golpes? Para esto, me gustaría remitirme a dos máximas, que el mismo Jesús nos deja en su Evangelio. Si el cristiano está llamado a ser “luz del mundo y sal de la Tierra” (Mt 5, 13-16) y a “hacer a los demás lo que queremos que nos hagan a nosotros” (Mt 7, 12), resulta conveniente recordar dos palabras, que son muy invocadas, aunque poco aplicadas: amabilidad y acompañamiento.  

Ante ese jefe o compañero, poco agradable para nosotros, considero que resulta muy cristiano ser amable con ellos y con los demás, para romper el ciclo de “toxicidad” y empezar a generar un cambio, a lo mejor pequeño, pero contundente. Ante los malentendidos, se puede responder con la amabilidad de la escucha y la reflexión, para ser parte de un proceso de entendimiento al interior de la familia; ante el sufrimiento o la muerte, la comunidad cristiana debe tener, en sus entrañas, una actitud de acompañamiento con el que sufre, de amabilidad en su escucha, y compasión (sentir con) ante la pérdida del prójimo.  

La vida dará catorrazos siempre y el hecho de creer en Cristo no nos hace inmunes a ellos, pero, lo que sí nos hace es ver con otra perspectiva esos momentos de incomodidad, dolor o, incluso, sufrimiento. Ponerle corazón a la cruz de cada día es la única forma de resistir esos catorrazos y, al final, mostrar que nuestra creencia no es un mero mandato moral, sino un estilo de vida que vivifica y anima al espíritu humano.  

¡Ánimo firme! Qué viva la Cruz, con corazón. 

Deja un comentario